12 may 2017 . Actualizado a las 05:00 h.

Apenas cerrada la segunda vuelta de la elección Francesa, ya están los apóstoles de la «democracia», tanto en Francia como en España, orgullosos de la victoria del liberalismo económico que defienden columna tras columna, parloteando sobre la victoria evidente de Macron después de habernos machacado durante un mes lo ajustado que serían los resultados e incluso algunos, vaticinando sobre la posible victoria de Le Pen.

Parloteando sobre la nueva era política en la que izquierda y derecha desaparece; en la que la conquista del bienestar ya no pasa por la lucha entre burguesía y la clase trabajadora, conceptos de otra época, pero por el entendimiento entre estas dos clases que según ellos también desaparecen, utilizando como argumento que muchos de los votos obtenidos por Le Pen provienen de esa clase trabajadora. Dicho de otra manera, nuestro futuro pasaría por la unión sagrada entre los «demócratas antifascistas», que sea dicho de paso, también se definen ellos mismos como anticomunistas, aunque algunos lo vistan de seda hablando de anti-totalitarismos en general.

Pues les guste o no les guste, si es verdad que una parte de la clase trabajadora ha votado por Le Pen para expresar su ira, harta de traiciones y promesas no cumplidas, no deja de ser menos cierto que los 12 millones de abstencionistas y la cifra record de 4 millones de votos blancos y nulos, procedentes en particular de los barrios populares, demuestran que una parte importante de esa clase trabajadora, no solo no desapareció pero se negó a elegir entre la millonaria de extrema derecha y el representante de los banqueros.

La casi totalidad de los políticos franceses, abarcando el arco político que va desde la derecha fillonista a la izquierda del Partido Socialista, se alegran por la victoria de Macron, cosa muy semejante a lo que ocurre en nuestro país. ¿Cómo podría ser de otra manera? ¿Cómo no van a regodearse el gran capital y sus voceros?

Al comienzo del verano, por decretos ley, Macron ya quiere continuar la demolición del Código del Trabajo comenzada bajo la presidencia de Hollande, a fin de, entre otras cosas, favorecer el abaratamiento y las modalidades de los despidos, incrementar la flexibilidad y precariedad, acabar con las 35 horas de trabajo semanales. Quiere deshacerse de 120 000 funcionarios y economizar 60 000 mil millones en el sector público, la salud y las indemnizaciones a las trabajadoras y trabajadores en el paro.

Inmersa en una guerra social feroz, la patronal continuará despidiendo e incrementando la supresión de empleos en la mayoría de las empresas, empresas de las que no habla la prensa pues los trabajadores de éstas, también en lucha, no han tenido la ocasión como en Whirpool, de ver la materialización in vivo, en el patio de sus empresas, de los dos postulantes al mando del Estado.

La codicia de la patronal acabará provocando explosiones sociales necesarias para impedir que la clase trabajadora se hunda aún más en la miseria, pero desgraciadamente éstas no bastarán. En las huelgas y las manifestaciones de masas, como las que hubo no hace tanto tiempo, tendrá que expresarse, por parte de la clase trabajadora, una clara consciencia de sus intereses de clase: su enemigo es la burguesía, ya sea a Macron o a Le Pen, a quien dicha burguesía confíe la tarea de imponernos su dictadura económica absoluta.

Son muchas las amenazas que pesan sobre la clase trabajadora, y solo existe una vía para enfrentarse a ellas: reanudar con la lucha.