Pero ¿cree en algo Pedro Sánchez?

Roberto Blanco Valdés
Roberto L. Blanco Valdés EL OJO PÚBLICO

OPINIÓN

17 may 2017 . Actualizado a las 08:16 h.

Pase lo que pase en las primarias del PSOE, el segundo partido del país, primero durante un largo período de tiempo, tendrá que enfrentarse no solo al problema endemoniado en el que todo el mundo insiste: cómo coser la fractura formidable que ha producido el empecinado empeño de Sánchez de vivir de la política. Ese será, sin duda, uno de los dos grandes desafíos del partido del puño y de la rosa, dado que la honda antipatía entre los dos candidatos con posibilidades de ganar se ha trasladado a una buena parte del PSOE, donde las diferencias ideológicas van por detrás de los odios personales y grupales y han llegado a ese terrible punto en que un partido puede acabar por escindirse, lo que ya nadie en el socialista se atreve a descartar.

Pero, con ser gravísimo tal enfrentamiento, no es el peor que Sánchez ha provocado con su patológica ambición. El ex secretario general es también el responsable de haber hecho saltar definitivamente por los aires, tras la gran aportación previa de Rodríguez Zapatero, el consenso interno del PSOE (excepción hecha del PSC) sobre dos temas esenciales para los electores socialistas: la política de alianzas y la posición del partido sobre la cuestión territorial. De hecho, más allá de su espantosa división interna, el reto al que hoy se enfrenta el PSOE es que tal división ha calado entre sus tradicionales electores, que se dividen también entre susanistas y sanchistas, de modo que la victoria de unos o de otros se traducirá en la perdida de una parte mayor o menor del ya muy menguado electorado socialista. Es lo que tiene jugar con fuego: que uno puede acabar achicharrándose.

Y con fuego ha jugado Sánchez al levantar la bandera de hacer pactos en cualquier situación (estando por detrás o por delante de Podemos) y con quien sea (¡también con los secesionistas!) con tal de echar al PP de las instituciones o impedirle gobernar. Tal locura, que desdibuja los perfiles del PSOE de centroizquierda que fue hegemónico en España y lo hace intragable para una parte muy importante de sus electores moderados -los que le permitieron ser con diferencia el primer partido del país- se completa con una confusa, y veleidosa posición sobre la naturaleza política de España, que hoy es, según Sánchez, una nación, mañana una nación de naciones, al otro una nación de naciones culturales y quien sabe qué en el próximo futuro.

Si hay algo que las primarias socialistas han probado, además de la inoportunidad de recurrir a ellas para resolver problemas que estas solo pueden agravar, y del bajísimo nivel de la presidenta andaluza, es que las plataformas ideológicas sobre las que Sánchez trata de sostener sus codiciosas ansias de poder son el desnudo reflejo de un político que no cree en nada. Solo en que vale todo para alcanzar sus objetivos. Es imposible imaginar un político más temible y peligroso.