¿Se portan peor los jóvenes de hoy?... Depende

OPINIÓN

22 may 2017 . Actualizado a las 05:00 h.

Existe la creencia de que el problema del comportamiento juvenil se debe principalmente a la inexistencia de valores. Respalden o no esta afirmación habría que matizar que no es una idea original, es más esta idea es una constante a lo largo de la historia. Incluso si me apuran podríamos preguntarnos si estos problemas no fueron aún mayores en épocas pasadas. -Lástima que sea muy difícil realizar estudios retrospectivos-. Lo que sí resulta indiscutible es que ahora cualquier trifulca es amplificada por los medios, y no los culpo porque han de alimentar a un público que: o bien demanda estímulos cada vez más dramáticos o bien se encuentra hipersensibilizado con este nuevo escenario «bélico» que en realidad es la escuela de siempre -eso sí, esta vez aderezada con TDAH, TOC, bipolaridad, y otros trastornos o síndromes diversos-.

De la misma forma que los Finlandeses «disfrutan» de casi 40 tipos de nieve gracias a que disponen de otras tantas palabras para designarla, nosotros tenemos un flamante catálogo de fenómenos escolares. Por este motivo tenemos la impresión de que ahora surgen problemas inéditos, cuando en realidad lo único que estamos haciendo es bautizar fenómenos antes irreconocibles.

Por otro lado resultaría injusto censurar esta «moda», al contrario, gracias a la identificación de los trastornos hemos dado el primer paso para solucionarlos o al menos para descubrirlos. Pero la pertinencia de tratar este tema no se debe al redescubrimiento de estos nuevos «conceptos» sino a la profusión de ciertas investigaciones que revelan unos aspectos curiosos y sutiles sobre el tema en cuestión -trataremos de ellos a continuación-. Resulta interesante citar un reciente estudio que comparó cómo los profesores de diferentes países interpretaban el comportamiento de los jóvenes de hoy. Lo curioso de aquel análisis es que los docentes orientales se estremecieron ante la indisciplina de los colegios occidentales y sobre todo se extrañaron ante la actitud de sus estoicos colegas que más o menos argumentaban que «no era para tanto». Cierto es que independientemente de la nacionalidad, la edad de los profesores, su experiencia, su adhesión religiosa o política e incluso el tipo de centro (concertado o público) condiciona, en diferente grado, la percepción que los docente tienen sobre sus alumnos. Así pues, si comparamos horizontalmente la forma en que los profesionales de la educación interpretan la realidad, encontraremos un contraste de creencias e impresiones con frecuencia opuestas que dificultan en gran medida la comprensión de la realidad.

Para complicar aún más el tema, otros estudios atienden a las discrepancias verticales, dicho de otra manera a las producidas entre profesores y alumnos. Es sorprendente comprobar cómo los docentes afirman intervenir punitivamente en un mayor número de ocasiones, de las que los alumnos perciben como castigos. Por ejemplo: cuando un profesor riñe (recurso muy habitual) esta forma de amonestación pasa completamente desapercibida para muchos menores que experimentan esta situación como «algo habitual». Sin duda esto se debe a la insensibilidad de nuestros jóvenes tanto a los decibelios como a las interacciones de tipo «bronco». Por otra parte nuestros «pequeños» acostumbrados a recibir respuestas instantáneas a golpe de clic o whatsapp perciben como algo negativo la no satisfacción inmediata de sus demandas, sin que el adulto… -por supuesto- se percate del ignorado agravio.

De lo anterior se deduce que muchas intervenciones educativas no sólo resultan vanas sino muchas veces contraproducentes. Además estas divergencias a la hora de captar y entender las interacciones cotidianas no se limitan al ámbito escolar sino que esta situación es extensible al contexto familiar representando una de las mayores justificaciones para que se produzcan conflictos domésticos.

Resulta paradójico comprobar cómo en un mundo cada vez más homogéneo la eterna asincronía intergeneracional se acentúa más que nunca. Ante la cuestión que dio título a esta reflexión quizá deberíamos preguntarnos ¿qué significa portarse bien?