Hace unas semanas llegaba una noticia de esas que en la Universidad de Oviedo resulta cada vez más excepcional: la obtención de una subvención internacional a un proyecto de investigación. No es, sin embargo, tan extraño, cuando el investigador principal del proyecto es nada menos que López Otín, que representa el modelo en el que todos los profesores de la Universidad de Oviedo deberíamos reflejarnos. No sólo por su excelencia científica -que dignifica nuestra institución- sino también por su extraordinaria dimensión humana, ya que actúa siempre con una discreción y humildad inversamente proporcionales a sus excepcionales méritos académicos. Ojalá todo brillara tanto en la Universidad de Oviedo como el trabajo de López Otín y su equipo.
Pero la verdad es que para el profesorado de la Universidad de Oviedo dedicarse a sus auténticas obligaciones, a saber, docencia e investigación, constituye cada vez más una excepción. El problema radica en que subrepticiamente, y sobre todo a partir de la implantación del Espacio Europeo de Educación Superior, hemos ido dejando de ser PDI (Personal Docente e Investigador) para pasar a ser PAS (Personal de Administración y Servicios). Y no lo digo como un demérito, sino sencillamente como una mutación impuesta por el sistema que impide a la Universidad que optimice sus recursos y ponga a trabajar a las personas en aquello para lo que están contratadas o, en su caso, han obtenido plaza de funcionario.
La cantidad de comisiones, subcomisiones, y ponencias que se han erigido sobre todos los temas posibles (innovación, calidad, coordinación académica, calefacción, pinchos de la cafetería…) se ha multiplicado hasta el absurdo. Y cada uno de estos órganos, por supuesto, con sus constantes reuniones. Añádase a ello las toneladas de papeleo que una y otra vez nos vemos obligados a cubrir: informes, planes, horarios (repetidos por quintuplicado), certificaciones, estadísticas, guías docentes en varios tipos de letra, justificantes… Información, por otra parte, que se halla muchas veces en manos de la propia Universidad, y que fácilmente podría obtener simplemente cruzando datos o utilizando programas informáticos más eficientes. Por si fuera poco, la falta de previsión y diligencia de la Universidad, por ejemplo a la hora de convocar a concurso las plazas de profesorado con la suficiente antelación para que se puedan proveer antes de que el año académico se inicie, obliga a que todos esos planes, programas y cuadrantes tengan que ser ulteriormente modificados (una vez se incorporan los profesores por fin contratados), duplicando (o a veces triplicando) el trabajo.
No se crea que todo esto es exageración o ganas de escaquearse de trabajo. Hay períodos del año en los que los profesores no pueden hacer absolutamente nada que no sea rellenar papeles. El porcentaje de horas invertido en tales menesteres a menudo supera ampliamente al del tiempo que dedicamos a la docencia y a la investigación. Y con el cuento de que ahora la informática permite el «házlo tú mismo» (Universidad 3.0, que en realidad quiere decir Universidad-IKEA), el trabajo se quintuplica, porque lo que antaño competía al personal administrativo, ahora también lo hace el profesorado, obviamente con menos diligencia que aquél.
Más que nunca la Universidad se ha convertido en un Leviathan administrativo; un monstruo deforme que devora al profesorado con papeles y trámites. Pagar a un profesor el sueldo de tal, con sus complementos investigadores y docentes, para tenerle haciendo papeleo es, como dice un buen amigo (víctima reincidente de este laberinto administrativo), simplemente malversación de fondos públicos.
Pero no son esos engorros burocráticos los que dan lustre a la Universidad, sino la calidad de la docencia que se imparte, y de las investigaciones que ven la luz. Es López Otín quien dignifica la Universidad de Oviedo, y no los documentos en Word y las hojas de cálculo en Excel que una y otra vez nos vemos obligados a cumplimentar.
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