Que alguien ponga una moción de censura (y que el PSOE la aproveche)

OPINIÓN

03 jun 2017 . Actualizado a las 05:00 h.

Hace años le explicaba al hijo de unos amigos que para aminorar las broncas caseras era buena estrategia negar las evidencias. Si la riña es por romper un vaso, hay que negar que se haya roto ningún vaso. Mientras la autoridad se desgañita señalando los vidrios esparcidos, no pasa a la fase de aplicar el castigo, y cuando finalmente llegue a esa fase ya se habrá desgañitado y dejado munición en el camino. Nada mejor que hacerles escurrir la ira para apuntalar lo que ya era evidente. Lo malo es que más gente debió darse cuenta de esto y todos los que estamos en el ajo debimos en algún momento decirlo en voz demasiado alta y ya lo sabe todo el mundo, incluidos los que llegaron a presidentes o ministros.

Ahora mismo deberíamos tener la cabeza, la conducta y la indignación en los asuntos relevantes. La sanidad pública sigue con cifras de crisis. Ya sabemos que la privatización de su gestión en Madrid fue un saqueo organizado para beneficio de algunos y para financiar el PP. Pero ahí sigue todo, nadie está deshaciendo desmanes. La LOMCE está haciendo todo el daño que puede hacer, como se hace daño en la enseñanza: poco a poco. En la educación nada es inmediato, ni bueno ni malo. Lo que se hace bien y mal da sus frutos o su podredumbre con el paso del tiempo. Se mandaron al limbo las espinas que producían las raspaduras más inmediatas, las reválidas, pero sigue todo lo demás. Las cifras de paro empiezan a ser irrelevantes porque tener trabajo ya no significa tener sustento. Los dependientes y sus familias están al aire libre. El dinero que quitaron de nuestra salud y nuestro futuro para rescatar el saqueo de las Cajas se da por perdido con la tranquilidad con que se anuncia una helada. Se presenta el gasto social como insostenible a la vez que se sube el de Defensa sin explicaciones. Los salarios están por los suelos, los derechos en entredicho y las instituciones más corroídas que nunca. El franquismo, que estaba bajo la alfombra retirado con desgana, ahora asoma cada poco su pestilencia para recordarnos que siempre estuvo ahí. La Iglesia y la emoción religiosa siguen incrustadas en las instituciones, en el gasto público y en la convivencia como un cuerpo extraño que produce infección, por haber ido permitiendo las hebras que la ligaban a la dictadura en vez de normalizarla en un sistema tolerante. Lo que sabemos de la financiación delictiva de las campañas del PP ponen los resultados electorales casi tan entredicho como si nos enterásemos de que había habido pucherazos.

Esto es lo que deberíamos tener en la cabeza y en los actos. Pero se acaban de aprobar los presupuestos generales sin que hayamos hablado gran cosa de impuestos o deuda, de educación o de sanidad. El PP lleva el cinismo al límite que yo recomendaba al hijo de mis amigos. Ni siquiera su hipocresía es verdadera hipocresía. El hipócrita finge lo que no es y lo que no siente. El cínico no oculta su culpa sino que la exhibe con desprecio a las normas y la moralidad de los demás. Cuando Soraya o Rafael Hernando dicen que el caso Moix no es un asunto del Gobierno sino de la Fiscalía General del Estado y que respetan la independencia de la institución, no mienten hipócritamente. Si ese fuera el caso, intentarían que no pareciera mentira. Ni creen que Moix no fuera asunto del Gobierno ni se les pasa por la cabeza que la Fiscalía General no sea un juguete de la banda del PP para dar cobertura a sus fechorías. Pero tampoco quieren aparentar otra cosa. Lo suyo es la ostentación cínica y desvergonzada de su desprecio a la convivencia, la ley y la democracia. Esto hace que todos los días nos desgañitemos gritando lo obvio y que volquemos nuestra indignación sobre los cristales rotos porque el PP insiste en que el vaso siempre fue así y no está roto. La provocación de Hernando y Lezo sobre las actuaciones de Moix nos convierten en el capitán Ahab frente a Moby Dick y en la confusión de tanta batalla perdemos el sentido general de la guerra.

La democracia está dañada en dos aspectos que sencillamente la anulan. Uno es que se hace trampa en las elecciones. Se hace de dos maneras. Por un lado, las estructuras caciquiles que tienen bolsas de votos cautivos, especialmente evidentes en Galicia y Andalucía. Y por otro, porque la estructura delictiva que da ventaja al PP es de tal dimensión que ya figura el propio partido referido en autos judiciales como una organización criminal. Como dije, sólo necesitamos el pucherazo para que deslegitimar definitivamente las elecciones. El otro aspecto que daña la democracia es la ocupación parásita de las instituciones por los partidos, que en el caso del PP está llegando a socavar la propia existencia del poder judicial. Una democracia funciona porque la gente vota y sanciona lo que percibe de la gestión pública. Y porque además del sufragio hay una serie de contrapoderes institucionales mecánicos que hacen que ningún feudo de poder se desmande burlando la sanción, necesariamente selectiva y parcial, del pueblo que vota. Si las votaciones son tramposas y los contrapesos institucionales no funcionan, la democracia no funciona. Y donde no hay democracia cabe un promedio de más de un escándalo por mes, que tal es la penosa estadística que se le señala al PP, con toda impunidad.

Se necesita activar lo único que socava esa impunidad, además de la actuación paciente y serena de los jueces: la opinión pública. La situación demanda ofrecer al país una visión global del momento y obligar al Gobierno y a todos los partidos a mostrarse. La moción de censura es un trámite idóneo porque obliga a votar y a explicarse a todo el mundo. Y el momento requiere claridad y definición ante la opinión pública. Podemos debe entender la responsabilidad del paso que dio y ofrecer a esa opinión pública un diagnóstico creíble que impida cualquier apoyo gratuito al Gobierno sin la correspondiente carga de responsabilidad. El PSOE tiene también una importante responsabilidad. En primer lugar, es ya indiscutible que la abstención para dejar a Rajoy fue una calamidad. Ni arrancó nada para abstenerse, ni consiguió moderar nunca al Gobierno. Ahora además queda claro que ni siquiera podía determinar que el PP no pudiera formar una mayoría para gobernar. Quienes batallaron para poner a Rajoy en la Moncloa no tienen discurso posible y sencillamente deben dimitir de inmediato. En segundo lugar, el PSOE tiene buenas razones para considerar esta moción de censura como algo ligado a la estrategia de otro partido y por tanto ajeno a ellos. Pero se equivoca gravemente si piensa que no tiene partida que jugar en este envite. Si para Pablo Iglesias es una oportunidad de acaparar la atención, para el PSOE también. Y está muy necesitado de mostrar su nuevo rumbo. Tiene sentido que se abstengan por no haber participado en la gestación de la moción. Esa no es la cuestión. La cuestión es que sus cañones tienen que apuntar hacia quien está corroyendo la democracia y degradando la vida pública. El PSOE tiene derecho a subrayar su propio rumbo, pero deberíamos quedar todos con la sensación de que la izquierda (Unidos Podemos y PSOE) serán un bloque en los temas en que sus votantes piensan igual y que sean C’s, PNV y Nueva Canaria los que den la cara por la corrupción y la desvergüenza. El PSOE no debe equivocar el frente. La moción de censura lo cogió con el paso cambiado, como cualquier cosa que se hubiera hecho por la torpeza de la gestora en mantener una situación interina durante tantos meses. El debate se va a producir y el PSOE debe verlo como una oportunidad. El PP ganará la moción de censura, pero debe salir de ella preocupado por percibir un frente de oposición fuerte. La democracia necesita que alguien ponga una moción de censura y que el Gobierno sienta un puñetazo en la mesa. Porque ya está bien de tanta desfachatez.