El hombre del apetito y la voluntad

Miguel-Anxo Murado
Miguel-Anxo Murado EL MUNDO ENTRE LÍNEAS

OPINIÓN

DAVID GANNON | AFP

17 jun 2017 . Actualizado a las 10:42 h.

La desaparición de Helmut Kohl, a tres días de que comiencen las negociaciones para la salida de Gran Bretaña de la UE, desatará la nostalgia de muchos por los tiempos en los que la escena política estaba dominada por hombres como él o Mitterrand, comprometidos con el ideal europeo, pesos pesados que abrían camino a sus ideas como fuera. Como en toda añoranza, hay en ello algo de complacencia. La era de Kohl y de Mitterrand fue también la de Thatcher. Y hoy Angela Merkel se ha puesto los zapatos de Kohl (no literalmente; Kohl calzaba un 46,5). Si los políticos de ahora son distintos es porque los tiempos son distintos, y no es fácil diferenciar causa y efecto.

Kohl era también un producto de su tiempo, un hombre de la generación de la primera posguerra. Aunque se le ha comparado repetidamente con Bismarck, que también unificó Alemania en el siglo XIX, lo que hizo Kohl fue llevar a cabo los sueños del mucho menos épico Konrad Adenauer, el líder democristiano de la Alemania derrotada: unión europea y reunificación. Los dos puntos eran para Kohl una cuestión personal. Le gustaba contar que había entendido la unidad de Alemania cuando, tras una guerra que para él duró solo unos días, regresó a pie desde el frente a su casa, atravesando todo el país devastado. Su europeísmo lo explicaba con otra anécdota: en 1948 su profesor se había llevado a toda la clase a la frontera con Francia para que destruyesen la barrera aduanera y los carteles indicadores.

En paralelo a este sentimentalismo, Kohl nunca ocultó su pasión por el poder. De hecho, la declaraba sin prejuicios, como si fuese una variante de su apetito. También este era famoso. Llegó a pesar 145 kilos y él mismo presumía de comer antes de ir a una cena oficial para estar seguro de no quedarse con hambre. Cuando su mujer Hannalore publicó sus recetas favoritas ?el plato preferido de todos: estómago de cerdo relleno?, el libro se vendió al principio mejor que sus propias memorias políticas. Por eso, cuando la revista Stern publicó una infografía sobre su carrera política en la que sus éxitos se iban comparando con el tamaño de su barriga, Kohl no se molestó. Creía en el apetito, la voluntad del gobernante, como motor de la democracia, una idea un tanto contradictoria.

Fue esa voluntad personal la que condujo a la reunificación de Alemania, cuando ?pocos lo recuerdan ahora? esta era impopular en la República Federal y resultaba inquietante para los países vecinos. Y fue su voluntad, junto con la de Mitterrand, la que llevó adelante el euro, sin consultar a los ciudadanos de la Unión. «Para establecer el euro, actué como un dictador», reconocería muchos años después ante un periodista. «Tenía que haberlo sometido a un referendo, pero no estaba seguro de ganarlo...»

Esa es la cara y la cruz de los pesos pesados del europeísmo de aquella época como Helmut Kohl. Su voluntad ha sido crucial para los progresos de la UE. Pero sus prisas y sus decisiones a veces demasiado entusiastas, están también en la raíz de sus dificultades actuales.