Comprender España (1977-2017)

Jaime Miquel
Jaime Miquel LÍNEA ABIERTA

OPINIÓN

29 jun 2017 . Actualizado a las 09:04 h.

En el año 1977, en España había analfabetos, siete de cada diez habíamos llegado a los estudios primarios y ocho de cada diez hasta secundarios. En nuestros grandes números carecíamos de cultura política, de tradición asociativa y de capacidad crítica, y desde luego que la transformación de la naturaleza del Estado fue un pacto entre élites y un asunto de los políticos, fueran o no predemocráticos. Éramos precarios en nuestras capacidades y mansos como ovejas, tan acostumbrados a ser dirigidos que el dictador murió en el poder. Desde entonces y hasta ayer mismo, nunca le dijo la autoridad del Estado al ciudadano que lo de Franco fue una dictadura, luego algo condenable en toda su extensión y en todas sus manifestaciones. Fue lo contrario. La transición política consistió precisamente en alcanzar la democracia sin romper con el franquismo, definiendo así una cultura política que es predemocrática en muchas de sus manifestaciones y aún perdura.

 España es uno de los Estados más antiguos del mundo, pero su concepción jurídica uninacional es una expresión del poder, el peso demográfico castellano y su extensión territorial. Sin embargo, España nunca fue castellanizada en su totalidad, porque el dato objetivo es que perduran identidades nacionales distintas de esta que son la vasca, la catalana y la gallega. Las naciones son personas, normalmente asentadas en un territorio, que se identifican entre sí como semejantes y distintos de otros en sus costumbres, en su cultura o en su idioma y otros aspectos. Y se da la circunstancia añadida de que no existen vínculos afectivos entre los integrantes de estas tres naciones mencionadas y la dominante castellana: para un gallego de Anova o un catalán de ERC, castellano es español y esto es tan extranjero como sueco, aunque negativo.

Lo cierto es que España es un Estado plurinacional porque conviven en el territorio personas de cuatro identidades y un número creciente de agnósticos nacionales pero habitantes del primer mundo. La esperanza de vida, la ciudadanía, la seguridad también jurídica, la acumulación de riqueza, la expansión de la personalidad o la prosperidad sostenida, son factores supranacionales que aglutinan las voluntades de las personas en las sociedades de la Unión Europea, donde el euro materializa el encuentro del este y del sur, aún clientelares aunque ya insumisos, con el norte, de construcción socialdemócrata, elaborado y paradigmático en el mundo global.

La certidumbre plurinacional del Estado, la pertenencia a la Unión Europea y el euro, son lugares de coincidencia de las personas, la política real y la política convencional de sello UE. El PP exige el cumplimiento estricto de la norma cuando los datos objetivos indican que el consenso ya no existe. El problema no es tanto reconocer la plurinacionalidad del Estado español como la cultura uninacional inmóvil del Partido Popular, el PSOE y el propio Estado. Plurinacionalidad no es separatismo, lo es su negación.