La mujer de los tres legados

Miguel Anxo Murado OBITUARIO

OPINIÓN

Pilar Canicoba

Simone Veil (Superviviente de Auschwitz, feminista y europeísta)

01 jul 2017 . Actualizado a las 09:26 h.

En 1974, cuando Simone Veil defendía en la Asamblea Nacional francesa su ley de plazos para el aborto, en el fragor de la polémica un diputado le recordó los hornos crematorios. Más tarde, se excusó diciendo que no sabía que la ministra de Sanidad era una superviviente de Auschwitz. Es difícil de creer, porque Veil encarnó en Francia, durante décadas, ese trágico legado. También el de los derechos de la mujer, y el del europeísmo. El siglo XX, en definitiva, con sus luces y sus sombras.

Simone Annie Jacob había nacido en Niza en 1927, en el seno de una familia judía de clase media. Tenía 16 años cuando, por un pequeño error suyo que nunca se perdonaría, se hizo detener por la Gestapo con toda su familia. Su padre y su hermano, enviados a Lituania, desaparecerían sin dejar rastro. Ella, su madre y una hermana acabaron en Auschwitz, donde Simone evitó su envío inmediato a las cámaras de gas fingiendo tener 18 años. Más tarde serían trasladadas al campo de Belsen-Bergen, donde su madre -a quien Simone siempre recordaría «con la belleza de una Greta Garbo»- murió de tifus, tan solo días antes de la liberación. A lo largo de toda su vida, Veil conservó en su brazo izquierdo el número que le habían tatuado los nazis, el 78651. Un día, en una recepción en un consulado, un diplomático francés le preguntó en broma si era su número del guardarropa.

Casada con Antoine Veil, un alto funcionario de quien tomó el apellido, decidió ponerse a trabajar. Fue su segunda batalla. Se acordaba de que su madre había tenido que abandonar sus prometedores estudios de Química a instancias de su marido. Ella ignoró la resistencia del suyo. Incluso cuando fue a inscribirse en el Colegio de Abogados de París su secretario general le preguntó asombrado si, considerando que tenía tres hijos y un marido enarca -un licenciado de la escuela de negocios más elitista de Francia- no prefería quedarse en casa. No pasaron muchos años hasta que Simone se convirtió en jueza y en secretaria general ella misma, en su caso del Consejo Superior de la Magistratura.

Cuando el presidente Giscard d’Estaing fue a su casa en busca de un ministro para su gabinete también era a su marido Antoine a quien tenía en mente pero, impresionado con Simone, salió de allí decidido a ofrecerle la cartera de Sanidad. Hasta entonces, solo otra mujer había formado parte del Gobierno en toda la historia de Francia. A Veil le costó decidirse pero tan pronto como aceptó se puso manos a la obra con la energía que la caracterizaba, y que muchos consideraban una variante de la impaciencia. En pocos meses presentó una ley de despenalización de los anticonceptivos e, inmediatamente después, la ley del aborto que lleva su nombre, en medio de una polémica feroz que dividió al país y que la convirtió en un icono del movimiento feminista.

Pero el desgaste se hizo notar y pronto se le encargó otra misión: la de presidir el primer Parlamento Europeo electo en Estrasburgo. A Giscard le gustaba ese simbolismo: la mujer que había sufrido en sus carnes la división de Europa iba a presidir la construcción de su unidad.

Un discurso contra el mal

Aunque Veil volvió a ser ministra brevemente en el Gobierno Balladur, le costaba encajar en la cohabitation presidida por Mitterrand, a quien Veil detestaba -en sus memorias, se despachó a gusto con él-. Rebelde y exigente, en realidad Veil no encajaba fácilmente en ningún sitio. Su última gran intervención fue en el 2005 cuando, con motivo del aniversario de la liberación de Auschwitz regresó al campo de la muerte, al que no había vuelto nunca. Ante lo que retrospectivamente no parece una representación muy digna de los mandatarios del mundo -Silvio Berlusconi, Vladimir Putin, Moshe Katsav, Dick Cheney- Veil pronunció un discurso breve pero que resonó con fuerza en aquel lugar lleno de fantasmas y dolor: «Es aquí, donde se perpetró el Mal Absoluto, que debe renacer la voluntad de un mundo fraternal...»

En los últimos años, Veil se había retirado en buena medida de la luz pública pero los sondeos de los medios la colocaban una y otra vez en el panteón de los franceses vivos más respetados. Ayer moría en París dos semanas antes de cumplir los 90 años de edad. Podemos aventurar cuales fueron sus últimos pensamientos porque ella misma lo dejó dicho en el 2009: «Creo que cuando me llegue la muerte, pensaré en el Holocausto».