El periodismo y los hechos

Carlos G. Reigosa
Carlos G. Reigosa QUERIDO MUNDO

OPINIÓN

03 jul 2017 . Actualizado a las 08:13 h.

Hay una relación directa, reglada y comprometida entre los hechos y su narración periodística, que ha de estar siempre al servicio de una sociedad bien informada. Es este un principio que nadie discutía hace apenas una década, pero que hoy aparece debilitado y confuso ¿Qué lo ha sustituido? Algo ciertamente borroso e impreciso que, a primera vista, podría definirse como un barrizal de relatos turbios y versiones interesadas. Porque es justamente esto lo que está en juego: el relato verídico y preciso de los hechos, que figura sustituido por narraciones extrañas, falsificadoras y espurias. Algo que, al cabo, daña profundamente las bases de nuestra democracia.

¿Cómo hemos llegado hasta aquí? Debilitando el rigor imprescindible de los procesos informativos y sustituyendo las verdades por «hechos alternativos» falsos, que se dirigen a un público deseoso de creerlos. ¿Y por qué desean creerlos? Porque la deformación del «relato» de lo real es cada vez más fácil, sobre todo en ausencia de unos medios críticos, solventes y económicamente viables. Unos medios que siguen existiendo, felizmente, pero que deben lidiar cada día con un enemigo (sí, un enemigo) capaz de exagerar los males y prometer todos los paraísos que sirvan a sus intereses.

¿Y pueden hacerlo impunemente? Sí, porque en realidad se sitúan en el ámbito de la llamada posverdad, es decir, más allá de los propios hechos y de su discusión o debate. ¿Y qué territorio nuevo es este? El de la opinión interesada sobre fabulaciones construidas al margen de los hechos. Es más, los hechos de verdad dejan de ser relevantes cuando ya se ha entrado en el territorio de la maniobra conspirativa o de los «nuevos datos» permanentemente esgrimidos y, en realidad, jamás sometidos a ningún escrutinio. Porque aquí está lo esencial: una vez que se pone en circulación una posverdad o un hecho alternativo, la atención se desvía inmediatamente hacia los fuegos fatuos de un falso debate en el que jamás se vuelve sobre la supuesta verdad original. El debate sigue y la posverdad sobrevive cada vez mejor alimentada por su propia falacia. Figura así blindada por aquellos que la usan como argumento incontrovertible. Un mal camino.