Don Estanislao

Luis Ferrer i Balsebre
LUis Ferrer i Balsebre EL TONEL DE DIÓGENES

OPINIÓN

23 jul 2017 . Actualizado a las 10:23 h.

En la España de 1868 reinaba la reina sálica Isabel II entre las broncas con su tío Carlos María -que reclamaba derechos dinásticos y que dieron inicio a las guerras carlistas-, múltiples amoríos y una corrupción de las instituciones que acabaron con ella.

 La reina casó con su primo Francisco de Asís de Borbón del que dijo: «Qué puedo esperar de un hombre que en la noche de bodas llevaba más encajes que yo». Un desastre de época que coronó con la castiza reina saliendo por patas a Francia y abdicando en su hijo Alfonso XII, ¿dónde vas triste de ti?

Mientras Alfonso no llegaba, los intereses de partido de siempre hicieron un casting para rey y eligieron a un italiano: Amadeo I de Saboya, progresista y civilizado que nunca imaginó lo que aquí había y no tardó dos años en renunciar. Fue entonces cuando se fundó la Primera República, que apenas duró un año y tuvo cuatro presidentes, el primero, don Estanislao Figueras y Moragas.

Allí se las vio don Estanislao con España: atrasada, feroz, corrupta, cuajada de intrigas políticas, con fiebre federalista, movimientos cantonalistas y una Cataluña separatista al frente del lío -conflictos coloniales aparte-. Al día siguiente de su toma de posesión, la Diputación de Barcelona cumplió su amenaza y declaró el «Estado catalán». Poco tiempo después, Cartagena bombardeó Alicante.

Don Estanislao era un hombre serio, preparado, de buen talante y paciencia que intentó poner orden en el gallinero nacional dejándose la levita en ello.

Hasta que en un consejo de ministros de junio de 1873, don Estanislao protagonizó uno de los episodios nacionales más lúcidos de nuestra historia, de esos que solo es capaz la gente grande sin otro interés que servir a la verdad.

Aquel día, don Estanislao se incorporó elegante sobre su asiento presidencial y sentenció: «Señores, voy a serles franco: estoy hasta los cojones de todos nosotros». Y con la misma se largó.

Los ministros Castelar y Pi y Margall quedaron estupefactos, pero no fueron a buscarlo hasta el día siguiente, cuando don Estanislao no acudió a su despacho.

Los criados relataron la hazaña: don Estanislao llegó a casa y, sin pronunciar palabra, hizo las maletas y se fue a Francia. Chapeau.

No me digan que no es desalentador que cien años después, volvamos a estar en las mismas con los mismos. Los mismos garrotazos, la misma incapacidad de encontrar un consenso, buscando enemigos en lugar de hacer amigos, incapaces de bajar la voz y, por supuesto, incapaces de dimitir.

Haría falta más gente que señalara a todos la verdad haciendo un Estanislao y no perdiera un minuto más con esta tropa levantisca: ¡Que os den!