Fue como vivir la muerte, decía

OPINIÓN

25 jul 2017 . Actualizado a las 05:00 h.

Todos los veranos por estas fechas se viene celebrando el Festiva Aéreo de Gijón, que este año acaba de cumplir la edición décimo segunda, si no recuerda mal. No es la ciudad asturiana la más indicada para soportar este tipo de exhibiciones de máquinas de guerra en su cielo. Me consta lo mal que lo pasan aquellas personas de avanzada edad que sufrieron en su niñez los bombardeos que durante meses soportó la población gijonesa en el transcurso del asedio por aire y por mar de las tropas franquistas, con la Legión Cóndor nazi bombardeando el núcleo urbano.

En algún caso, como durante el bombardeo del 14 de agosto de 1936, la metralla se cebó en el centro de la villa y causó al menos más de medio centenar de muertos, según cuenta el historiador mierense Héctor Blanco en su muy recomendable libro Gijón bajo las bombas, documentado además con el testimonio de testigos sobrevivientes de distintas ideologías. Sería de mucho provecho para la memoria histórica de la ciudad la recuperación de los diversos refugios antiaéreos que se habilitaron entonces para preservar a los ciudadanos de unos ataques que luego fueron práctica habitual durante la Segunda Guerra Mundial.

El horrísono estrépito con el que los aviones sobrevuelan Gijón, durante su exhibición a lo largo de la bahía de San Lorenzo, es totalmente insoportable en su recinto urbano y puede afectar a la audición de quienes padezcan problemas de oído, como he tenido ocasión de comprobar, llegando en algunos casos hasta el llanto. Cierto que el espectáculo congrega en torno a la playa citada a miles de personas, provistas de todo tipo de herramientas para filmar o fotografiar el evento, pero ni el ruido ni el gasto que este tipo de espectáculos comporta deberían permitirse, máxime en tiempos de crisis como los que pasamos y que al parecen no afectan a este tipo de dispendios.

En cuanto al respeto a quienes asocian esa ensordecedora trepidación aérea con una de las páginas más aterradoras de su niñez, está claro que no cuenta para sus organizadores ni para el equipo que administra el Ayuntamiento de aquella hermosa villa, donde únicamente Xixón sí puede e Izquierda Unida se oponen a la celebración de este festival.

Hace unos cuantos años tuvo lugar en la ciudad asturiana una excelente y documentada exposición que, con el título Gijón bajo las bombas, rememoraba en un centenar de fotografías -en su mayoría pertenecientes al magnífico reportero Constantino Suárez- los quince meses de acoso aéreo que tuvieron que sufrir los gijoneses. También se proyectó en aquella ocasión un breve documental en el que se recreaba lo que aquel infierno supuso para la población civil, entre la que sin duda se encontraban niños y niñas de muy pocos años que cuando, verano tras verano, atruenan los aviones del festival sobre la hermosa playa de San Lorenzo reviven en su ancianidad sin duda uno de los episodios más horrorosos de su existencia.

Una de esas jóvenes fue mi madre adolescente, que mientras bombardeaban los depósitos de Campsa buscaba el cobijo de su padre enfermo, al tiempo que se rompían los cristales de las ventanas de su casa, próxima al lugar. Fue como vivir la muerte, decía.