Crónica de una suerte anunciada

OPINIÓN

Chema Moya | EFE

29 jul 2017 . Actualizado a las 09:24 h.

Formulada en el siglo XVI, la conocida como ley Gresham viene a decir que, si en un mismo sistema circulan dos monedas, «la mala desplaza a la buena». Y es curioso que, a pesar de estar pensada para la moneda acuñada en materiales preciosos, el paso del tiempo la hizo infalible no solo para el llamado patrón papel, sino también para las diferentes formas de pago que ahora sustituyen al dinero. Precisamente por eso, porque encierra una intuición de valor universal y permanente, la ley Gresham se ha adaptado a muy diversas materias y circunstancias, aunque nunca con tanto acierto y utilidad como en la vida política.

Eduardo Madina, que ayer anunció su abandono de la actividad política, es la última prueba de infalibilidad de esta fatídica ley, mediante la cual era más que previsible que el regreso al mercado de una moneda tan falsa como el pedrosánchez, con su numerosa colección de piezas fraccionarias de equivalente valor y estabilidad, acabase arrojando del mercado a piezas de oro puro como Madina, cuyo empeño en hacer una política honrada, coherente, estable y comprometida le hizo pasar, «compañero del alma, tan temprano», a las vitrinas blindadas de los coleccionistas de cosas preciosas que ya no tienen utilidad.

Eduardo Madina creía, como solemos hacer todos los inocentones, que en la política rigen las leyes de la lógica, que hay valores indeclinables, que al poder solo se puede llegar por la vía de la lealtad al país y al propio partido, y que, dado que la política es lucha, también las batallas -internas y externas- deben respetar las reglas y valores que convierten los grandes foles de veleno que se acumulan en los procesos sociales -intereses particulares, ambiciones, supeditación del bien común a los pequeños berrinches- en política refinada. Y por eso fracasó estrepitosamente. Porque era una buena moneda rodeada de patacones de calamina impura.

A muchos otros militantes del PSOE, que están en primera línea, o que lucen su experiencia y lealtad después de la sexta fila, les aguarda un destino parecido. Porque no hay un buen jugador que pueda canear sobre terreno magreado, ni un buen solista que pueda sobreponerse a una mala orquesta, ni un buen ciudadano que cumpla sus deberes en una dictadura corrupta. Y tampoco hay buenos políticos que puedan progresar en medio del populismo, del tacticismo, o de un sistema trufado de trepas, mediocres y caraduras. Si hay algo peor que ser una oveja negra en un rebaño de ovejas blancas, es ser lo que era Eduardo Madina: una oveja blanca en un enorme rebaño de ovejas negras.

La peor suerte que le puede tocar a un político es tener que ejercer honradamente en un contexto dominado por trileros. Y por eso celebro que Madina haya dejado de patalear en las arenas movedizas para irse a casa. A ser un ciudadano feliz, rodeado de gente normal.