El autoritarismo acecha a la democracia

OPINIÓN

31 jul 2017 . Actualizado a las 07:48 h.

La democracia peligra en Polonia, Hungría, Turquía, Ucrania, Venezuela, y en numerosos países de Centroamérica y América del Sur que son formalmente democráticos. Rusia, Israel, Kosovo y Filipinas son países trufados de autoritarismo. Algunos paraísos avanzados, como Cataluña, Flandes o Lombardía creen que hay cuestiones esenciales que no se pueden resolver democráticamente. Y muchas docenas de Estados se quedan en el puro formalismo democrático o son, sin matices, dictaduras. Porque la salud democrática del mundo es cada día más precaria. 

Hace casi setenta años, con los rescoldos de la II Guerra Mundial todavía calientes, el politólogo J. L. Talmon se refirió por primera vez al paradójico concepto de «democracia totalitaria», al demostrar la posibilidad de que un sistema formalmente democrático sea en realidad un régimen autoritario. Su tesis, cuya perspicacia reverdece, parte de que muy pocas veces nos enfrentamos a un sistema que -como hicieran Gentile para Mussolini, o Goebbels para Hitler- reclame para sí la condición de antidemocrático, y que por eso es frecuente que el autoritarismo se refugie detrás de regímenes con apariencia democrática.

El atractivo de la democracia totalitaria -decía Talmon- hay que buscarlo en la falsa convicción de que toda circunstancia política se rige por una sola verdad, o de que para cada problema político solo existe una solución correcta.

Y poco antes, en 1949, Edgar H. Carr también había apuntado que la base del totalitarismo está en la convicción de que solo hay un hombre -duce, führer, caudillo o ayatola- que tiene la capacidad de interpretar la última verdad de cada momento histórico.

Pero los dos coincidían en que la definición de un sistema totalitario no depende tanto de su arquitectura jurídica como de la mentalidad que lo sustenta, por lo que, si bien existen arquitecturas sistémicas autoritarias, también es posible que un poder autoritario se esconda detrás de un decorado democrático. Si Talmon y Carr volviesen sobre sus pasos, estarían seguros de que la política internacional, dominada por rarae aves como Trump, Putin y Xi Jimping, camina hacia un autoritarismo de apariencia democrática.

Y algo parecido sentirían también si, fijándose en la crisis de la Unión Europea, viesen crecer electoralmente los populismos que, invocando la salus pública y la igualdad de la gente, proponen utopías de bienestar universal, gestionadas desde las fronteras exteriores del Estado de derecho, y sin garantizar la realista estabilidad, sostenibilidad y funcionamiento de los regímenes libres.

Por eso conviene abrir al máximo los ojos de la política, no vaya a ser que, mientras creemos estar cambiando las castas decadentes por un populismo regenerador, se nos esté colando el autoritarismo por todas las rendijas y fuentes de ventilación de los sistemas más aparentes.