La democracia hemipléjica

OPINIÓN

05 ago 2017 . Actualizado a las 10:11 h.

No tengo duda de que Trump es un pésimo presidente urbi et orbi -para su país y para el mundo-, elegido por ciudadanos libres y maduros, y en un contexto informativo plural. Por eso resulta tan visible la paradoja que implica que la democracia más antigua del mundo, con procedimientos garantistas y candidatos tan conocidos, ponga los destinos del planeta en manos de un patán cuaternario, que produce vergüenza ajena por todo lo que piensa, lo que hace y lo que dice. 

Pero la sorpresa del politólogo no surge de esta atrabiliaria elección, cuyas causas aprendimos a descubrir en la universidad. Lo que no sabemos explicar es por qué, tras ocho meses de espectáculo vivo, no se le cae la cara de vergüenza al electorado, no se perciben síntomas de arrepentimiento, ni nadie pronostica que Trump no será reelegido. Y nadie lo explica porque, para hacerlo, hay que recurrir a las patologías culturales del momento, sacarle los colores a los ciudadanos, y estudiar asignaturas que, como la politología antropológica y psicológica, aún no se han inventado.

El problema es que en este tiempo de sociedades sobradas -concepto que acabo de acuñar-, tocadas por el individualismo, el populismo y la despolitización derivada del bienestar y la hartura, todo el mundo cree que la acción de los gobiernos es de dirección única, porque pueden arruinar, agriar o llevar al caos una sociedad feliz, pero nada tienen que ver con el bienestar, el progreso, el orden y la paz. Lo que en realidad pensamos es que lo bueno se produce o bien por generación espontánea, o porque algunos grupos de heroicos ciudadanos dedican dos horas semanales a «correr por la sanidad y la educación públicas», a «hacer el Camino de Santiago contra el maltrato», a «bailar por los dependientes», o a primar la definición de los derechos sobre la gestión de los hechos.

Y la consecuencia es que todos sabemos quién es el manta corrupto que gobierna mal, pero nadie sabe quién construye los hospitales y las universidades, quién hace ferrocarriles o embalses, quién paga la dependencia y las pensiones no contributivos, y quién gestiona, de manera casi imperceptible, la seguridad del Estado. Por eso somos una democracia hemipléjica -otro concepto mío-, que siempre sabe a quién tiene que darle una patada en el culo, pero que no tiene ni la más remota idea de a quién debe poner en su lugar para imponer la ley y gastar con equilibrio la compleja y escasa realidad del presupuesto.

Los que votaron a Trump echaron del poder a los que no querían, sin saber a quién querían. Y los que desean echar a Rajoy tienen exactamente el mismo programa: echar al que gobierna, porque hace recortes y no chalanea con Puigdemont, y votar a un quídam que no impida la generación espontánea del bienestar, la libertad, y la paz. ¿Qué usted no lo cree? Pues espere, y lo verá.

Somos una democracia hemipléjica, que siempre sabe a quién tiene que darle una patada en el culo, pero que no tiene ni la más remota idea de a quién debe poner en su lugar para imponer la ley y gastar con equilibrio