Guardaos de los profetas de piñón fijo

OPINIÓN

ROI FERNÁNDEZ

10 ago 2017 . Actualizado a las 08:22 h.

La mezcla de verano, academicismo diletante y oposición populista constituye un inmejorable caldo de cultivo para el catastrofismo social. Y por eso tenemos la sensación de vivir al borde del precipicio, donde lo poco que funciona tiene grabada su fecha de caducidad. Ejemplos: «En el año 2030 los gallegos viejos se comerán el presupuesto sanitario». «En el 2040 no se podrán pagar las pensiones». «Hacia el 2035 el trabajo robotizado generará enormes reatas de parados que recorrerán el mundo cantando misereres». «En el 2045 no habrá niños». «Los polos se derriten, el mar nos inunda, el CO2 nos asfixia, la energía se acaba, los residuos nucleares nos asarán a la parrilla, y en el Teatro Real -con Verdi olvidado- solo se escuchará fusión de flamenco y rap. Y los Países Bálticos ya profetizaron también la desgracia absoluta: «Hacia el año 2137 nacerá en Finlandia el último europeo blanco, rubio y con ojos azules, y la vieja Europa pasará a ser un país mestizo y lleno de minaretes». 

Es lo que se llama profetizar a piñón fijo, como si todas las dinámicas estuviesen predeterminadas. Algo que, a pesar de ser elemental y antiguo, sigue atrayendo a las sociedades digitalizadas, que recibimos la información a la velocidad del rayo, pero la proyectamos al futuro con menos habilidad que Isaías.

En el 2030, si somos espabilados, no gestionaremos la vejez tan mal como ahora, y el doble de viejos, entre los que espero encontrarme, le costaremos al Estado menos de la mitad que cuestan los de ahora. Hacia el 2040 habrá millones de robots trabajando, seguramente, en un contexto de pleno empleo, porque la gente cobrará por cosas inimaginables. En el 2035 el déficit demográfico de Europa se habrá superado con inmigrantes, y unos niños morenitos y preciosos llenarán de bullicio los cascos históricos que ahora atiborran los turistas. En el año 2040 puede haber menos pensionistas que hoy, si los nuevos trabajos nos permiten ser activos más años.

La verdad es que este tipo de catastrofismo repite como las sardinas: que la abolición de la esclavitud iba a desmoronar la agricultura; que las máquinas iban a eliminar el empleo; que el aumento de trabajadores terciarios nos iba a dejar sin comida y sin bienes materiales de consumo. Y siempre se pensó que las nuevas generaciones eran un invento de los dioses para acabar con el mundo perfecto creado por los sabios de antes.

Pero la realidad es que el mundo actual solo tiene un enemigo: el populismo que se hace mirando hacia atrás, considerando que la perfección y el bienestar ya tocaron techo, y que todo cambio que no sea volver a los viejos modelos laborales, sanitarios, educativos, ecológicos, estéticos y raciales equivale a suicidarse por entregas. Claro que el populismo también pasará, como pasó tantas veces. Y el mundo volverá a hacer lo que siempre hizo: ¡progresar!