EITAN ABRAMOVICH | Afp

12 ago 2017 . Actualizado a las 08:24 h.

Un señor llamado Leo Messi, al parecer un genio del balompié, celebró hace unos días su casamiento con una tal Antonella Rocuzzo. A los 260 invitados, en su mayoría multimillonarios dedicados al mismo oficio que el anfitrión, con nóminas que superan los cinco millones de euros al año, se les pidió que en lugar de regalos hicieran donaciones a la oenegé Techo. Fundada en Chile en 1997, la organización busca alternativas a los homeless que viven al margen del sistema en diferentes países de América. Solo en Argentina, país de origen del novio Messi, una de cada tres personas es pobre y cada noche un ejército de 5.000 seres humanos se enfrenta a una noche a la intemperie en las calles de Buenos Aires. Ha sido la propia oenegé, apelando a la transparencia con la que gestiona las donaciones, la que comunicó que el total de las aportaciones de los asistentes a la boda no alcanzó los 10.000 euros, lo que eleva a 43,45 los euros que como media entregó cada uno de los invitados.

Con estas cifras sobre la mesa, los deportistas han sido censurados con dureza en todo el mundo. En realidad, mostrarse como unos miserables desconsiderados pareció ser la confirmación definitiva del tipo de cultura que engendra el fútbol, con astros horteras que desprecian cualquier conocimiento que no se chute y una tendencia gremial a estafarnos a todos eludiendo el pago de impuestos mediante contabilidades creativas que nos sonrojan a todos. O que deberían sonrojarnos a todos, porque con marcar un gol cada domingo muchos futbolistas reciben de la afición una licencia para hacer como les plazca.

A nadie pareció sorprender que tantos millonarios juntos, muchos de ellos procedentes de ambientes muy humildes, ni siquiera se ocuparan de disimular donando a la oenegé elegida por Messi una cantidad brutal para cualquier mortal pero irrelevante para sus escandalosas cuentas corrientes. El efecto (boda de) Messi ha quedado claro y de nada ha servido el reciente y extraño desmentido realizado a través de un portal llamado Aleteia en virtud del cual las donaciones todavía no se habrían consumado por culpa de un problema informático. De cuántas vergüenzas han salvado a la humanidad los problemas informáticos.

Las bodas y sus circunstancias, incluida la de Messi, vienen siendo un termómetro de la sociedad y sus criaturas. El tipo de rito, el tipo de fiesta, el tipo de comida, el tipo de viaje, el tipo de traje, el tipo de regalos, el tipo de invitados y el tipo de ausencias... En cada ceremonia y aledaños hay indicaciones precisas del mundo en el que acontece el casamiento, pistas muy reveladoras del tipo de personas, de su relación con el mundo, de su ideología y hasta de los papeles de hombres y mujeres en el caso de bodas heterosexuales. Por ejemplo, en EE.UU., incluidos los más progresistas estados del norte, se mantiene vigorosa la tradición de que el hombre regale a la mujer un anillo de compromiso que simbolice su intención de casarse con ella. Está hasta fijada la cantidad que ese hombre debe destinar al sortilegio: por lo menos tres meses de sueldo. Por cierto, se supone que la mujer debe regalarle a su hombre un reloj. Quizás para que quede claro quién tiene la medida del tiempo. Y todos tan panchos.