Profeta hasta las últimas consecuencias

OPINIÓN

16 ago 2017 . Actualizado a las 07:59 h.

El martes se cumplió el centenario del nacimiento del arzobispo Óscar Romero, asesinado a tiros mientras celebraba la misa el 24 de marzo de 1980. Su entierro fue la mayor manifestación popular en la historia de El Salvador. Hoy sigue entusiasmando, como lo evidencia la multitudinaria peregrinación que se ha vivido estos días en aquel país. Fue beatificado en el 2015, una beatificación obstaculizada años y años y que solo gracias al papa Francisco pudo llevarse a cabo. Sus detractores le tachaban de activista político, que lo habían matado por cuestiones políticas y que no era, pues, un mártir de la fe; al haber defendido a los pobres, se le acusaba también de haber sido partidario de la Teología de la Liberación. ¡Y qué cosa es, si no, el evangelio!

Descubrí a este hombre a través de la película de John Duigan (Romero, 1989). Me encontré con un testimonio vivo de la Iglesia de los pobres preconizada en el Concilio Vaticano II y ratificada en Medellín y en Puebla, vida nueva en nuestra vieja Iglesia, como escribió Casaldáliga. Obispo valiente y no simple burócrata, en sus homilías denuncia las barbaridades cometidas por el poder establecido (político, militar y económico). Con Romero, Dios pasó por El Salvador, como dijo Ellacuría, que sería también asesinado nueve años más tarde, junto a cinco compañeros jesuitas y dos empleadas domésticas. «He sido frecuentemente amenazado de muerte. Como cristiano, no creo en la muerte sin resurrección: si me matan, resucitaré en el pueblo salvadoreño». Y así ha sido.

Su voz en defensa de los marginados, de la justicia y de la paz grita hoy desde el cielo. Como ha dicho Francisco, «quienes tengan a monseñor Romero como amigo en la fe, quienes lo invoquen como protector e intercesor; quienes admiren su figura, encuentren en él fuerza y ánimo para construir el Reino de Dios, para comprometerse por un orden social más equitativo y digno». Nadie hará callar tu última homilía, monseñor, aquella que predicaste con tu sangre.