Recuperar los diálogos

Carlos G. Reigosa
Carlos G. Reigosa QUERIDO MUNDO

OPINIÓN

21 ago 2017 . Actualizado a las 08:28 h.

Ahora que contamos con tantos aficionados a criticarlo todo, menos lo suyo, quizá deberíamos incorporar a nuestro acervo cultural un viejo proverbio chino que aconseja: «Antes de salir a cambiar el mundo, da tres vueltas por tu casa». Porque esto es lo que nadie hace en nuestra política, quizá para no tener que contradecirse nunca.

Nadie duda de que es mucho más fácil -y más rentable- acusar a los demás que hacer una mínima autocrítica. En esto se puede decir que vamos en cabeza en la España de hoy. La autocrítica es considerada simplemente innecesaria al haber tanta gente dispuesta a señalar los defectos más nimios de sus adversarios y ninguno de los propios.

¿Se puede sobrevivir dignamente en esta actitud? Tal vez sí. Pero sería mucho más provechoso que el debate se abriese de modo que cada uno pudiese ponerse en el lugar del otro antes de juzgarlo, desdeñarlo o condenarlo. Sin embargo, no van por aquí los tiros (hoy solo dialécticos, excepto los del terror yihadista). La realidad es que cada uno trata de apuntalar su posición ideológica, con total desprecio de la de sus rivales. Y así vemos cómo los discursos se estiran en paralelo sin apenas confrontarse o cruzarse.

La autocrítica, insisto, tiende a considerarse prescindible al haber siempre algún ponente contrario dispuesto a argumentar y descubrir los fallos, discrepancias o errores de su rival. Podríamos constatar así que el juego dialéctico, empobrecido o inexistente en el ámbito de la autocrítica, goza de muy buena salud en la esgrima entre contrarios.

Pero esta fórmula crea una división peligrosa -y peligrosamente divergente- que luego puede ser muy difícil de reducir o reconducir. Hay que recordar que, en política, como dijo Edward Kennedy, «todo lo que no es totalmente correcto, está mal». Por consiguiente, si entre nosotros las posiciones aparecen alejadas, quizá deberíamos estar mucho más inquietos. Porque los diálogos de besugos pueden entrañar peligros.

En realidad, el único buen diálogo es aquel que agota el tema sin agotar nunca a sus interlocutores. Esta es la buena senda que debemos recuperar ya.