No hagamos de la yihad un cuento chino

Roberto Blanco Valdés
Roberto L. Blanco Valdés EL OJO PÚBLICO

OPINIÓN

25 ago 2017 . Actualizado a las 08:18 h.

Ryai Tatari Barky, presidente de la Comisión Islámica de España, manifestaba el pasado sábado en La Voz algo que resultaría muy llamativo de no haberse ya convertido en un lugar común que, por pura corrección política, se repite tras cada uno de los ataques yihadistas sufridos en Europa: «Se equivocan mucho quienes quieren asociar estos hechos [los atentados] al islam y a los musulmanes».

Aunque parece fácil concluir que las palabras de Tatari tratan de evitar que surja en España un fenómeno islamófobo similar al que existe en varios países europeos, lo es también concluir que el combate contra el yihadismo y sus efectos colaterales, entre los que destaca la islamofobia sin ningún género de dudas, exige no negar una relación sobre la que existen apabullantes evidencias. Como siempre, en la lucha antiterrorista no hay mayor mal que preferir el autoengaño a la verdad.

Y la verdad es que las relaciones entre el yihadismo y una interpretación radical e integrista del islam es defendida con una claridad solo comparable a su insistencia tanto por los terroristas que practican la yihad («guerra santa de los musulmanes», según la RAE) como por quienes reivindican con puntual salvajismo sus masacres: el autodenominado Estado Islámico de Irak y el Levante.

¿Quiere ello decir que todos los miembros del islam son terroristas? Ni de lejos. Bastaría para probarlo contar las víctimas del terrorismo yihadista, muchísimas más entre los musulmanes que entre los practicantes de cualquier otra religión. Ese torcida forma de concluir es propia de los amos de la corrección política en Europa, que han decidido que cualquiera que insista en lo evidente -el carácter religioso de la yihad- son unos despreciables islamófobos. No. Lo que quiere decir es que la pertenencia de los yihadistas a una comunidad social no secularizada facilita sus movimientos y, en consecuencia, que la lucha contra el terrorismo yihadista necesita para ser más eficaz de la activa colaboración de la inmensa mayoría de los musulmanes que condenan la violencia.

En medio de las críticas de los que leen en un texto lo que quieren y no lo que en él está escrito negro sobre blanco, insistí aquí en esa indispensable colaboración al día siguiente de los atentados de Cataluña. Entenderá el lector mi satisfacción al ver ese juicio confirmado en La Voz dos días después por Loretta Napoleoni, una de las mayores expertas en terrorismo yihadista: «La única manera de evitar estas masacres es buscar la ayuda de las comunidades musulmanas, porque si bien es cierto que los terroristas nacen y crecen dentro de ellas, también lo es que la mayoría de las personas que las integran son pacíficas y pueden ayudar de una manera importante a localizar al terrorista antes de que ataque». Para verlo con tanta claridad no hay que ser una lumbrera, pero si tener el coraje necesario para enfrentarse al matonismo de la corrección política imperante.