El misil sobre Japón

Yashmina Shawki
Yashmina Shawki CUARTO CRECIENTE

OPINIÓN

30 ago 2017 . Actualizado a las 08:18 h.

La historia, pero sobre todo los hechos, lo demuestran. Lo hemos visto en Irak, en Irán, en Siria y en Corea del Norte. Las sanciones no funcionan. Las sanciones no sirven para hacer cambiar de actitud o de deriva a ningún régimen político; mucho menos a un tirano. Más aún, el aislamiento con el que se castiga a un país no perjudica a sus líderes sino a sus ciudadanos, porque les da argumentos a aquellos para seguir actuando de manera irracional, precarizando aún más su vida. Les permite justificar la privación en la defensa ante la agresión externa. Les ayuda a tener un enemigo contra el que hay que luchar a costa de los más grandes sacrificios. El estrangulamiento de los recursos no priva a los líderes de ningún bien, pero sí somete al pueblo a la miseria y al hambre, favoreciendo la corrupción, el contrabando y la crisis humana. De hecho, el aislamiento ahorra a los dictadores el tener que invertir más personal, recursos y esfuerzos en blindar sus fronteras. Además, la falta de acceso a información externa coadyuva a la censura, la represión y la difusión del pensamiento único.

Corea del Norte, el país más hermético del mundo, es el ejemplo más dramático del fracaso de las sanciones. Mientras los norcoreanos padecen hambre y todo tipo de privaciones, el liderazgo se entretiene fabricando juguetes que emplean con dos objetivos: combatir la disensión manteniendo ocupado al pueblo con el esfuerzo bélico y, sobre todo, enviar un torticero mensaje al mundo: necesitamos ayuda para dar de comer a nuestra gente. Sí, ya sé que parece difícil de creer, pero cada vez que Corea del Norte lanza un misil es porque la hambruna se cierne sobre el país. Y el último que ha cruzado por encima de Japón, además de alertarnos sobre la amenaza que es  Kim Yong-un, debería recordarnos el padecimiento del pueblo.