La Dama de Elche y la hormiga de España

Roberto Blanco Valdés
Roberto L. Blanco Valdés EL OJO PÚBLICO

OPINIÓN

01 sep 2017 . Actualizado a las 08:39 h.

Un visitante del Museo Arqueológico Nacional, que alberga mil maravillas, vio hace días una hormiga en el interior de la vitrina estanca que protege la Dama de Elche, joya superior del arte ibérico. El sorprendido visitante lo grabó con su teléfono, puso el vídeo en Twitter y, como estamos en España, fue y se armó.

El alcalde de Elche protestó y también otras instituciones y partidos, en un coro de voces desmedido (a la Dama, tallada en piedra caliza, no le afectan los insectos) entre las que destacó la de Carles Mulet, portavoz de Compromís en el Senado, quien nos obsequió con todos los tópicos al uso del agravio localista. Tras exigir, claro, que la pieza fuera devuelta a los ilicitanos, afirmó que «eso nunca hubiera pasado de estar la Dama en su lugar de origen», no se sabe si porque en Elche no hay insectos o porque, feliz de regresar, la propia Dama espantaría a los intrusos. Ya en el resbaladero de las majaderías, Mulet denunció la presencia del insecto como un «síntoma más de desgana y avaricia de un Gobierno centralista que solo entiende que la capital ha de disfrutar y ofrecer los principales reclamos arqueológicos», injusticia manifiesta, según él, pues Madrid «no ha aportado nada significativo» al Arqueológico. ¡Impresionante!

Impresionante, sí, porque, más allá de la anécdota, la delirante teoría de Mulet, que por desgracia comparten en esta España cada vez más desmembrada por la obsesión territorial muchos gobernantes locales y autonómicos y no pocos de sus votantes, acabaría sencillamente, no solo con el Arqueológico, sino también con todos los museos, archivos (¿se acuerdan del conflicto con Cataluña por los papeles de Salamanca?) y bibliotecas nacionales. Los que existen en España y en el resto del planeta.

Mulet, licenciado en Humanidades, debería conocer el decisivo papel de esas instituciones culturales, que han impedido en gran medida el expolio de obras de arte de todo tipo que se habría producido a buen seguro de no haber estado protegidas en un único lugar. Algo que permite además, lo que de no existir museos nacionales sería sencillamente impracticable, por ejemplo, y por limitarnos a piezas de arte ibérico, contemplar en una hora la Dama de Elche, la Dama de Baza o la Bicha de Balazote sin tener que desplazarse a Alicante, Granada y Albacete.

Pero todo eso a los explotadores del agravio, que juegan siempre contra Madrid, convertido en Gran Satán, les importa tres puñetas. Ni se trata de la Dama de Elche, ni de defender el arte y la cultura. Todo es mucho más sencillo: se trata, como siempre con los nacionalismos, de buscar un buen enemigo exterior, al que responsabilizar de todos los males pasados, presentes y futuros. Y tras tantos años de darle vueltas a esa noria así estamos: con los consensos sobre la naturaleza y el funcionamiento del Estado cogidos con pinzas y dependiendo, ¡ay!, del paseo de una hormiga.