Cataluña y la historia

Carlos G. Reigosa
Carlos G. Reigosa QUERIDO MUNDO

OPINIÓN

11 sep 2017 . Actualizado a las 07:24 h.

Los que tratan de entender lo que pasa ahora en Cataluña y quieren ofrecer una especie de razonamiento equilibrado y comprensivo, acaban por encontrarse ante un panorama enloquecido, porque, al parecer, ya no cabe ninguna mediación, sino seguir fortificando los extremos. Un mal rollo que, lamentablemente, trae al recuerdo episodios de la II República, como el secesionista Estat català proclamado por Companys en 1934. Y es que, ante lo que sucede, da la clara impresión de que estamos asistiendo a la repetición de algo ya visto y que, por cierto, acabó fatal. No quiero caer en la tentación de enumerar paralelismos que parecen obvios, porque creo que cada uno puede hacer su lista, que será más o menos larga según su posición política o sus intereses al respecto. En 1932, el presidente Manuel Azaña había defendido con convencimiento el primer Estatuto de Cataluña, que fue aprobado ese año por las Cortes. Solo dos años después, nada de aquello era ya suficiente. Y, a pesar de los intentos de Azaña de mediar y reconducir el proceso anticonstitucional, todo acabó muy desmadrado, como acredita cualquier libro de Historia. ¿Estoy queriendo decir algo más de lo que he dicho? No. Solo deseo afirmar una clara pertenencia al grupo de los que creen que la Historia está ahí para algo más que para ser olvidada o menospreciada. 

Hay muchas lecciones en ella que es preciso tener en cuenta. Y nuestras energías podrían encaminarse hacia un desarrollo común, compartido, sin perder la diversidad de las identidades que nos caracterizan y definen y que orgullosa y legítimamente defendemos. El conocimiento de nuestra Historia debería evitarnos tropiezos y derroches de energías. Pero no sé si estamos en ello, porque, como dijo Jacinto Benavente, «una cosa es contar la Historia y otra repetirla». Yo concuerdo con el escritor inglés Gilbert Keith Chesterton en que «uno de los extremos más necesarios y más olvidados de esa novela llamada Historia es el hecho de que no está acabada». Por ello, los órganos del Estado deben vigilar su marcha y restaurar el orden constitucional tantas veces como sea preciso.