¿Lo que estamos discutiendo es que Cataluña quiere la independencia o que Cataluña quiere votar? Porque, por las encuestas, sabemos que más de un tercio de los catalanes buscan una república independiente, pero conocemos también que casi el 90 por ciento quiere ejercer el derecho a voto para expresar si realmente apuesta o no por esa república de la felicidad y la opulencia que va a ser la envidia del mundo.
Ha sido tal la torpeza del Gobierno de Rajoy y de su partido que, siete años después, tenemos la idea generalizada de que Cataluña quiere ser independiente. Y nadie se ha preocupado por saber qué opinan quienes no han dispuesto de la oportunidad de expresar una opinión contraria a la soberanista.
Porque esa torpeza, las permanentes negativas incluso a sentarse a hablar, las amenazas y la indolencia han dejado que prevalezca un discurso único que es el que hoy está en la mente de todos. El de los que hablan abiertamente de independencia permitiéndose intimidar, cuando no amenazar, a quienes opinan lo contrario. Resulta sumamente molesto ver y escuchar la arrogancia, cuando no agresividad, con la que los líderes independentistas intervienen en medios de comunicación que no les bailan el agua. Resulta incluso grosero.
Hemos dado por bueno que los catalanes quieren marcharse porque un millón, que es un montón, se ha manifestado el pasado lunes en Barcelona. Y despreciamos a los otros 6.441.176 ciudadanos, que también son catalanes, y a los que nunca oímos expresarse. Ni manifestarse. Porque también la calle, como el discurso, está tomada por quienes trazaron, es cierto, una estrategia brillante y efectiva.
Algún día el Gobierno de Rajoy y quienes lo arengaron se darán cuenta de que desconocemos lo que quieren los catalanes en su conjunto. Porque no pudieron expresarlo. Y entonces rectificarán. Como acaba de hacer el presidente del Gobierno al mostrarse dispuesto a una reforma constitucional. Ahora.