Se están produciendo cambios profundos en el comportamiento electoral en España, en el entorno comunitario y en el primer mundo en general. Cambios que tienen el denominador común de la ruptura de la parte más crítica de la sociedad con la clase política preexistente, lo que se manifiesta en forma de desmovilización pero también como oportunidad de mercado para cualquier nueva fórmula de representación política. De hecho, el partido político atraviesa su crisis de representatividad más profunda, tanto que la sociedad francesa eliminó los referentes convencionales para producir otro completamente nuevo, lo que de paso resquebrajó el popular nosotros o el caos del PP de Rajoy en España. Desde lo de Macron nada es como antes, porque nos enseña que los países son de los paisanos y que los gobernantes imprescindibles no existen. La lección francesa es que tú vas a hacer lo que esos dinosaurios decadentes no quieren: acordar las políticas del país eligiendo de cada lado lo que te convenga.
Volviendo a España, está finalizando un ciclo que llamamos el postfranquismo y lo visualizaremos con nitidez después de los sucesos de octubre de Cataluña. En la Unión Europea no existen las revoluciones, porque te dejan sesenta euros en el cajero y enseguida vuelves al sitio; tampoco se emplea la violencia para resolver los conflictos, luego el 1-O será como el 15M o hasta el PNV retirará el apoyo al PP de Rajoy; tampoco existen los presos políticos, luego todo el peso de la ley y toda la fuerza del Estado; ahora, es una erdoganada impropia de un Estado democrático de la Unión Europea. De hecho, la situación creada en Cataluña queda en manos de un Tribunal Constitucional dotado de facultades ejecutivas y la Fiscalía, que activa un poder judicial obligado a aplicar la legislación vigente y esto incluye la ley mordaza, para que se sepa dónde estamos. Salvo que queramos un Estado autoritario, después de los sucesos de Cataluña no quedará otra salida que amnistiar todo el recorrido del procés y negociar. Quien no esté en este sitio es porque no es demócrata y prefiere ver a Puigdemont encarcelado, lo que le sitúa, como elector, con los dos pies en un espacio electoral autoritario.
No son hologramas, son la mitad de los que viven en Cataluña. Ocho de cada diez quieren votar en un referendo, pero seis quieren que sea pactado. Estos son los datos y omitir el primero es predemocrático, pero omitir el segundo es revolucionario y suponer que las masas se sumarán en el proceso es de Lenin, pero es, sobre todo, romántico. Ambas omisiones son interesadas, no son democráticas, se salen de la política real y de la norma UE y ya han fracasado.
Lo bueno de todo esto es que es modernizador, porque no hay más solución que la negociada ni más fórmula que la comisión parlamentaria para el estudio de un referendo en Cataluña, que es el lugar donde terminará Pedro Sánchez. Entonces, convoco y me refrendo, pensará Rajoy, representando a esa parte de España que se resiste a cualquier cambio.
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