Normalidad absoluta

OPINIÓN

21 sep 2017 . Actualizado a las 07:28 h.

Normal no significa fácil, ni cómodo, ni bonito. Normal es lo que suele suceder, lo que la mayoría da por bueno, lo que la naturaleza despliega, o lo que la norma -literalmente- establece. Y por eso es tan normal vivir como morir, ser joven o viejo, que nieve o que abrase el sol, tener el cuerpo de Gary Cooper o, sin ir más lejos, vivir en el mío. Lo que no era normal en España era ver cómo las autoridades del Estado en Cataluña se pasaban las leyes por el arco de triunfo, mientras chuleaban a los Poderes del propio Estado con total impunidad. Tampoco era normal que un país de tanta raigambre social e histórica asuma con tanta ligereza la duda existencial que plantean las minorías independentistas; ni que, para encajar a los más irracionales en el proyecto común, tengamos que suponer que cada territorio es un Estado en potencia, mientras el Estado actual le entrega su historia, por ejemplo, a Rufián y Forcadell.

Y de ninguna manera es normal que, enredados en el buenismo, la leyenda negra, el complejo de ser católicos y no calvinistas, o el hecho de haber marrado en el proceso histórico no más que los mejores, hayamos reducido el discurso de la unidad del Estado a una cuestión de legalidad formal, como si la única razón que tenemos para no seguir chapoteando en este estúpido conflicto fuese el artículo 2 de la Constitución, o como si una mayoría coyuntural que pudiese modificarlo quedase legitimada para, sin más trámites, liquidarnos el país. Si fuese posible llevar este pleito al Tribunal Constitucional de Alemania -¡quién pudiera!-, ya nos habrían dicho el primer día que la Constitución y el Estado se exigen mutuamente, y que la posibilidad de reformar la Constitución no genera la legitimidad necesaria para aniquilar un Estado que, en su propia caída, arrastraría la de su Constitución, para meter a todo un pueblo en un abismo caótico que nada bueno puede generar.

Por eso, gracias al juez de instrucción n.º 13 de Barcelona, puedo titular esta columna con «normalidad absoluta». Porque eso es lo que se produce cuando los jueces aplican la ley sin pasiones ni complejos, y cuando, utilizando los recursos político-administrativos previstos en la Constitución, se despoja de sus facultades -como yo propugno y espero- a los incitadores y ejecutores de esta chunga sedición. No es posible que Jové sea un delincuente si no lo es Junqueras. Ni detener a mensajeros y tipógrafos si Puigdemont sigue cobrando el sueldo que este mes le pagará Montoro. Porque la normalidad también exige que los delincuentes contumaces sean despojados del poder que les permite delinquir y arrastrar a los demás.

Desde hace dos años, y hasta ayer, el Estado vivía en una anormal indignidad. Y solo desde ayer, a pesar de las impactantes imágenes y declaraciones generadas, hemos empezado a regresar a la pura y exigible normalidad.