Españoles todos

OPINIÓN

29 sep 2017 . Actualizado a las 05:00 h.

En España, la figura del paleto de pueblo llegando a Madrid o a cualquier otra gran ciudad del país, ha sido motivo de mofa. Hay algo extraño en este recurrente prejuicio hacia las personas del ámbito rural en un país de trashumancias y pastores. Todavía chirrían en mi memoria aquellos chistes sin gracia de Marianico el Corto, o la llegada a Madrid de un Paco Martínez Soria cargado con una maleta de cartón atada con una cuerda que mira conmocionado el tráfico de la capital. O aquella espantosa película de Andrés Pajares y Fernando Esteso, «Los energéticos», en la que uno de los protagonistas, en disputa con un vecino, escupe al suelo y el salivazo golpea una piedra que emite un sonido de disparo de mentirijillas de película de John Wayne, ya saben, ese «piñau» de película de sobremesa de las de antes.

Ese prejuicio permanece hoy casi intacto. La boina es el símbolo de lo que nunca hemos querido ser pero siempre fuimos, hijos y nietos del subdesarrollo y la opresión franquista, unos más que otros. Mi familia paterna se crió en un chamizo en una finca de Ciudad Real muy parecida a la que podemos ver en la película de Mario Camus basada en la brillante novela de Miguel Delibes «Los santos inocentes». Todavía recuerdo la primera vez que la emitieron en televisión, y cómo mi padre revivió sus recuerdos de aquella época terrible al verla. Y claro, todos recordamos a Paco Rabal en su inmenso papel como Azarías, el cuñado de Paco el bajo, un niño en el cuerpo de un hombre, uno de los inocentes del título, que adora a un pájaro, la famosa milana bonita. La suerte que corre la milana y a raíz de ello la del señorito Iván, dio para muchos aplausos en mi casa el día que vimos la película.

Esta semana he visto cómo Gabriel Rufián, el diputado de ERC, se burlaba en su cuenta de Twitter del tristemente famoso y vergonzante «A por ellos» que ha acompañado la salida de fuerzas policiales hacia Cataluña desde diversas partes de España. El chiste de Rufián, que parece estar empeñado en convertir el Congreso de los Diputados en un circo y se pasa el día interpretando el papel correspondiente, que no es el de los leones, que esos ya estaban, tiene toda la gracia de quien llega de la ciudad a preguntar al del pueblo si tiene agua corriente o si le gusta yacer con ovejas. La frase «A por ellos» acompañaba en el presunto chiste la figura triste del Azarías de Paco Rabal, con la milana al hombro y la sonrisa de la miseria, con dientes a veces. Algunos parecen querer hacer una peculiar exégesis, a saber: que el tuit iba más bien dirigido a ahorcar al señorito Iván que a tratar a la chusma extremeña (que es el lugar donde se desarrolla la acción de «Los santos inocentes», Extremadura o tal vez Salamanca) como palurdos desdentados del Condado de los Seis Dedos. Ni que decir tiene que eso es mucho suponer, pues realmente Azarías nunca vivió (permítanme decirlo así) en una comunidad rica.

La imagen del españolito cazurro y analfabeto, ese de la boina a rosca y el pantalón sobaquero, debe ser cosa de mucha risa para algunos, pero a mí, la imagen de Azarías con la milana al hombro y sonriendo con esa dentadura imposible solo me despierta ternura hacia este entrañable e inconsciente héroe de la clase obrera, y dolor por su tragedia de vida. En aquellos tiempos que quizá los antepasados andaluces de Rufián vivieron, vivir era poco más que estar medio muerto en muchas partes de España. Pero para el diputado, es la imagen de España, de la de hoy, un país harapiento al que mirar desde el altar del supremacismo. No hay forma de creer que una comunidad rica va a soltar al cuñado de Paco el bajo, que no vive allí, ante la Guardia Civil, y sí para pensar que, conscientemente o no, el chiste está impregnado de un repugnante clasismo de señorito Iván, de ese que se ríe de los desgraciados, de los más apaleados durante la dictadura, un clasismo que, como señalé arriba, es casi una costumbre española, y de eso se trata, nada más: Gabriel Rufián comparte muy españoles prejuicios, de españolidad rancia, oscura y siniestra.

Ni tan diferentes. Españoles todos.