Cerdas y abejas

OPINIÓN

30 sep 2017 . Actualizado a las 08:55 h.

Últimas noticias desde las redes. Estos días una cerda y una abeja han centrado la atención de cientos de miles de personas en todo el mundo. Para todos los que se han pasado media vida de periodista buscando buenas historias y contándolas mejor, que sepan que los caminos del interés de la audiencia son inescrutables y que hay cosas que gustan sin explicación racional aparente.

La historia de la cerda la protagoniza Peppa Pig. A quienes no hayan pasado por el trance de la maternidad o lo hayan solventado hace décadas decirles que esta cochina es un dibujo animado de los que crean niños fundamentalistas capaces de ver el mismo capítulo en bucle durante seis meses seguidos y despertar en los adultos más observadores la sospecha de que un día esas dulces criaturas se alzarán cual ejército de zombis a la orden de los programadores del cartoon. Por cierto, el top de esta incómoda sensación lo ocupan los Teletubbies. Peppa acaba de dar la vuelta al mundo por una secuencia en la que llama por teléfono a una amiga para compartir con ella una frustración: no sabe silbar. Ortodoxia narrativa en el género infantil hasta que la cerda le cuelga el teléfono a la interfecta cuando descubre que la colega no solo sabe silbar, sino que lo consigue sin siquiera habérselo planteado. Ya me dirán. La cuestión es que alguien fue capaz de detectar en tan codificada historia un patrón oculto que compartían miles de personas y que irritó a otras tantas por considerar que el honorable gesto de colgar el teléfono era munición de la gorda y arsénico pedagógico para las vírgenes mentes de nuestros niños que, tras devorar con la referida y adictiva entrega la susodicha secuencia de Peppa Pig, se convertirían en unos maleducados de libro con una incapacidad patológica para sentir empatía o tolerar como dios manda las frustraciones. Ejem.

El segundo relato tiene más aristas. Lo protagoniza la abeja Maya, un dibujo japonés de los años setenta, basado en un cuento alemán de 1912 y remasterizado en 3D hace unos años. En el 2013 se estrenó un episodio en el que el insecto compartía plano con un árbol sobre el que, fijándose, fijándose, se intuía la silueta de un pene. Lo cierto es que había que fijarse tanto que en aquel momento nadie se fijó. Pero como la vida de las producciones audiovisuales tiende a ser eterna, hace unos días una madre escaneadora llamada Chay Robinson le dio «palante y patrás» varias veces al rebobina, confirmó ojiplática que lo que allí aparecía se parecía a lo que se parecía y vomitó su indignación en su perfil de Facebook, consiguiendo algo que no habían soñado los gamberretes dibujantes, en el caso de que efectivamente la silueta sea la de un pene conscientemente esbozado: todo el planeta ha visto el garabato del miembro a pesar de que el espíritu comercial de Netflix decretó una retirada inmediata del capítulo. El falo de la abeja Maya es ya uno de los iconos de nuestro tiempo como antes lo fueron los supuestos mensajes sexuales ocultos en las películas de Disney, todo un género que en la mayor parte de los casos era pura ficción o una inteligente maniobra de promoción. Uno de los más despampanantes es el que sitúa un pene en una de las torres del castillo de la Sirenita, lo cual puede demostrar dos cosas: que los animadores manifiestan una preocupante tendencia al priapismo creativo o que hay demasiada gente que ve penes por doquier.