El reto de mañana en Cataluña se ha convertido provisionalmente en una cuestión de fe, de dudosa fe. Por lo menos este cronista no sabe si creer a los miembros del Gobierno central cuando aseguran día tras día que no habrá referendo o a los Puigdemont y Junqueras cuando afirman lo contrario con absoluta y convincente seguridad. El Gobierno tiene la fuerza de la ley y de la policía para precintar colegios, requisar urnas e impedir el acceso de votantes. El tinglado soberanista tiene la fuerza de la gente; de un público enardecido y convencido de que vale la pena el esfuerzo para dejar en ridículo el poderío del Estado español.
Esas dos fuerzas se medirán -por no decir se enfrentarán- mañana en ciudades y pueblos. Lo más previsible es que el Gobierno consiga que se vote muy poco, pero el independentismo conseguirá una gran movilización, porque ya demostró que tiene capacidad para ello. Con lo cual, los titulares del lunes quizá sean que el referendo, como tal, fracasó, pero la movilización popular desbordó las previsiones. Y por ahí vendrán las interpretaciones posteriores, de las que depende la evolución futura del conflicto.
Con ello, la batalla política siguiente está servida. Y la propaganda independentista de fácil venta en el extranjero, también: el pueblo quería votar pacíficamente para decidir algo tan elemental como su futuro, pero las fuerzas de seguridad se lo han impedido por la fuerza. El nuevo escenario que se abrirá es fácilmente previsible: los soberanistas más radicales darán la importancia de una consulta a la gente que acudió a los colegios electorales y querrá transformarla en un mandato popular para plantear la declaración unilateral de independencia en el Parlamento. Inmediatamente, el Gobierno se verá obligado a aplicar el artículo 155 de la Constitución y ahí se producirá el auténtico choque. En previsión de todo eso, ya se ha convocado una huelga general, se habla de desobediencia civil y se promoverán las acciones de presión y resistencia que se le ocurran a la alegre muchachada de la CUP. Es un pronóstico, no una seguridad.
El referendo, por tanto, ya no es una meta en sí mismo. Es, en todo caso, una meta volante hacia el destino final. ¿Pinta algo en este panorama la palabra diálogo? ¿Es posible la negociación que se reclama? Muy difícil. Hoy por hoy es impensable que los separatistas renuncien a su república después de llegar a donde han llegado. Y es impensable que Rajoy se preste a unas concesiones que supondrían una humillación, después de toda la fortaleza que ha querido demostrar. Malos augurios. Empiezo a temer que lo peor no estará en la jornada del domingo, salvo que se produzca alguna desgracia. Lo peor está por llegar.
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