Marsé, Serrat...

Ramón Pernas
Ramón Pernas NORDÉS

OPINIÓN

30 sep 2017 . Actualizado a las 08:55 h.

La llamada generación del 50 tiene en él, junto con Gil de Biedma, Vázquez Montalbán o Eduardo de Mendoza, a uno de los más grandes escritores catalanes en castellano. Juan Marsé, el autor de Ronda del Guinardó, Últimas tardes con Teresa o Si te dicen que caí, ha sido acusado de traidor y páginas de sus libros han sido rotas y han escrito insultos personales sobre ellas. Sucedió en una biblioteca pública de Cataluña.

Joan Manuel Serrat, una de las bandas sonoras vitales de decenas de miles de españoles que con Paraules d’amor aprendimos a cantar en catalán, es acusado públicamente de fascista por defender la legalidad y cuestionar la chapuza del referendo tal como la concibe la Generalitat. No ocurre lo mismo con Lluís Llach, diputado en el Parlamento de Cataluña por una formación independentista y ahora convertido en martillo de herejes y acusador de quienes no comparten su extravagante ideario. Quisimos, en la lejana juventud, tanto a Llach…

Bien sé que el Manifiesto de los dos mil, a favor de la legalidad, está firmado por autores españoles que conectan más con una sensibilidad llamémosle adulta que con la furia juvenil de los cachorros que crecieron con las libertades que nos dimos hace ya cuarenta años.

Javier Marías, Juanjo Millás, Rosa Montero o Isabel Coixet, abajo firmantes, pertenecen a una generación un sí es no es desconectada del entusiasmo infantilmente nacionalista demostrado en las calles, aunque hay que decir que los partidarios de la independencia no solo son los habitantes de las ciudades, ni los estudiantes universitarios encerrados.

En la Cataluña profunda, los payeses y botiguers pequeño-burgueses, muchos de ellos iletrados, se han calado la barretina y han creído a pies juntillas el España «ens roba», España nos roba, como consigna incuestionable. Asistimos a los planteamientos más capciosos de la posverdad, es decir, de la sarta de mentiras sistemáticas que pretende convencer a la ciudadanía de que un Estado catalán va a dejar que crezcan en los árboles billetes de cien dólares y las cuatro provincias se conviertan en la más feliz de las arcadias. La pérdida del sentido común ha motivado que con las detenciones cautelares de altos cargos se haya hablado de presos políticos en lugar de políticos presos. La brecha se ha abierto, la sociedad catalana se ha dividido y las heridas van a ser muy difíciles de cauterizar. Insistir en la tesis de que no hay democracia sin el respeto de las leyes empieza a resultar poco más que una frase didáctica para oídos sordos.

Marsé y Serrat, la suma de Marsé y Serrat, es todo un símbolo. Quienes vituperaron los textos de Juan Marsé, amparándose en una clamorosa clandestinidad, están a dos minutos de quemar sus libros, reiterando, una vez más, la pesadilla nazi. Quienes acusan a Serrat de fascista invocan a todos los demonios de la intolerancia que ahora residen en nuestra amada Cataluña. Convertir el referendo en una farsa, o mejor, la farsa en una caricatura de referendo, es un grave atentado contra la democracia. El más grave. Cataluña demanda, como problema español, otra vuelta de tuerca, a ver si entre todos encontramos la solución y recuperamos la legalidad deseable.