El abismo del día después

María Xosé Porteiro
María Xosé Porteiro HABITACIÓN PROPIA

OPINIÓN

02 oct 2017 . Actualizado a las 07:36 h.

Si hasta ahora se hablaba de estar al borde del abismo hoy sabemos qué se siente en caída libre. Y lo peor es la manipulación del concepto de democracia, usado como munición por ambas partes en conflicto, en detrimento de su noble significado y abriendo camino al populismo. Con el caso catalán teníamos un problema de enfrentamiento entre partidos e instituciones pero acabamos de asistir a la ruptura, de facto, de la convivencia y la paz ciudadanas en una reyerta retransmitida cuyas víctimas y heridas tardarán mucho en cicatrizar, con serio peligro de gangrena. Lástima que la intención anunciada por el presidente español de comparecer ante el Parlamento y reunirse con todos los partidos haya llegado cuando la zanja entre dos voluntades se ha hecho extraordinariamente profunda.

El referendo nació muerto. Ha sido un engaño consciente hacia una buena parte de ciudadanos que han creído en los dirigentes que lo organizaban. Como observadora electoral he participado en misiones de los parlamentos español y europeo en países tan complejos como Líbano, Venezuela o Serbia y me consta que lo ocurrido en Cataluña no se corresponde con los requisitos internacionales para homologar la legalidad de una llamada a urnas en sociedades democráticas. Y como ciudadana que ha participado activamente en la política gallega, española y europea, me consta también que la intervención del Gobierno español ha sido de tal desproporción que confirma su incapacidad para gestionar este asunto, y echo de menos un distanciamiento mayor del secretario general del PSOE en este sentido, que no restaría coherencia a su respaldo a la Constitución vigente.

Pero todo lo anterior deviene en mera coartada para el final perseguido por los independentistas catalanes en coalición. Puigdemont lo anunció con firmeza y se sabe que pretende cumplir lo que su ley de transitoriedad prevé: declaración unilateral de independencia de Cataluña, sin respetar las mayorías necesarias establecidas en las legislaciones serias que han dado garantías a las decisiones políticas en democracia. El Gobierno español podrá recurrir a la disolución de la autonomía catalana. La tormenta perfecta se ha hecho posible y la ruptura se confirma en su escenario peor. Estamos asistiendo a un preocupante debilitamiento de la democracia representativa que provocará una profunda crisis de los escenarios institucionales que forman el Estado, entre los que están, por cierto, las autonomías.

Hay que devolver a las urnas su capacidad para la cohesión y la correcta expresión de la voluntad ciudadana o el 1 de octubre del 2017 podría convertirse en el momento en que saltó por los aires el Estado de las autonomías y quién sabe si la monarquía parlamentaria fijada por la Constitución del 78. Lo cual, tal vez, esté en una hoja de ruta marcada de antemano.