¿Un solo pueblo? No, un pueblo solo

Luís Pousa Rodríguez
Luís Pousa CON LETRA DEL NUEVE

OPINIÓN

JORGE GUERRERO | AFP

09 oct 2017 . Actualizado a las 08:32 h.

La incomparecencia del Gobierno ante el desafío secesionista -por no hablar de su errática estrategia de comunicación- se estudiará en el futuro en las facultades de Historia y Políticas. Incluso en las de Psicología. Tras subcontratar a los tribunales y a las fuerzas del orden para que hiciesen su trabajo y dar un par de entrevistas a modo de discurso a la nación, el presidente Rajoy se ha vuelto a refugiar en su ya célebre lema: a veces la mejor decisión es no tomar ninguna decisión. Genial.

Ante la escalofriante indolencia del Gobierno, ha sido una ciudadanía arrojada a los pies de los caballos la que se ha tenido que plantar frente al secesionismo, como demostró ayer en la multitudinaria manifestación de Barcelona, organizada por Sociedad Civil Catalana, y en la que la clamorosa ausencia de líderes políticos nacionales -salvo Albert Rivera- fue, al mismo tiempo, una buena y una mala noticia. Mala, porque subraya la irrelevancia en Cataluña de Rajoy y Sánchez. Y buena, porque reunir entre 350.000 y 950.000 no independentistas en la calle sin contar con el apoyo explícito del PSC, que solo acudió a título personal, y asumiendo la espantada de Podemos y los comunes -representada por un Pablo Iglesias que se marchaba de Barcelona a la misma hora que llegaban los manifestantes y por el silencio de la alcaldesa Colau-, es una proeza sin precedentes, que multiplica el protagonismo de una sociedad muy por encima de sus representantes políticos.

No es anecdótico que los grandes discursos de los que estemos hablando todavía hoy fueran pronunciados por un político ya fuera de competición, el socialista Josep Borrell, y por un escritor hispano-peruano, Mario Vargas Llosa, buen conocedor de Barcelona y azote del nacionalismo de cualquier clase. Nadie se acordará de las palabras de Rivera o Albiol, pero sí de las de Borrell, que enarbolando la bandera europea proclamó pletórico: «Esta es nuestra estelada». Amén.

Por cierto, una vez oída y revisada la espléndida intervención de Borrell (en cuatro idiomas), uno se pregunta si de verdad este PSOE descarriado y en desbandada anda tan sobrado de talento como para tener a este señor escondido en el trastero.

La masiva movilización de ayer en las calles de Barcelona es el tercer punto de inflexión en la escalada de tensión generada durante los últimos meses por el independentismo. El primero se produjo con el discurso del rey. Los catalanes constitucionalistas lo recibieron como un mensaje firme, de aliento y esperanza, resumido en su rotundo «No estáis solos».

El segundo punto de inflexión en esta carrera hacia el abismo tuvo lugar cuando La Caixa levantó la mano para anunciar que si esto de la independencia iba en serio ellos mejor se llevaban la sede social a Valencia, donde el paraguas del BCE todavía los abrigaría en caso de que Junqueras y sus amigos de la CUP acabasen montando un corralito. La oligarquía catalana empieza a notar en su abultado bolsillo que la insurrección sale más cara de lo previsto.

Puigdemont, que anoche mismo insistía en TV3 en que está dispuesto a pulsar el botón de desconexión, habla una y otra vez de que Cataluña es «un solo pueblo», frase que en alemán, ein volk, trae recuerdos algo inquietantes. Pero lo que vimos en las calles de Barcelona no fue un solo pueblo, sino un pueblo solo, abandonado, que durante cuatro décadas se ha sentido huérfano del Estado, y que ayer nos brindó a todos una memorable lección de dignidad.