Puigdemont, o el Nerón de Cataluña

Gonzalo Bareño Canosa
Gonzalo Bareño A CONTRACORRIENTE

OPINIÓN

PIERRE-PHILIPPE MARCOU | AFP

10 oct 2017 . Actualizado a las 08:54 h.

Después de la manifestación del pasado domingo en Barcelona, que constituye ya uno de los acontecimientos capitales en la historia de la democracia española, ni siquiera un absoluto irresponsable como Carles Puigdemont puede ser tan estúpido como para subirse hoy a la tribuna del Parlamento catalán y declarar sin más la independencia. Si diera ese paso, pasaría de ser un político probadamente tóxico para su tierra a convertirse en el criminal que quiso llevar a Cataluña a la ruina y arrojar al fuego a sus ciudadanos antes que reconocer su propio fracaso, situándose así a la altura de Nerón. Consume o no esa traición, tanto él mismo como su delirante proyecto de arrancar por las bravas a Cataluña de una España a la que ha pertenecido durante quinientos años están acabados. O, más bien, lo estarán si quienes tienen en su mano que así sea no vuelven a cometer los errores históricos que nos han llevado a esta pesadilla.

Han bastado el mensaje de firmeza del Rey, el baño de realidad de las grandes empresas de Cataluña y la dignidad de cientos de miles de catalanes que se han echado a la calle para decir basta tras décadas de totalitarismo independentista, para demostrar que detrás de toda esa prepotencia, esa épica de cartón piedra y esa retórica cursi del procés no hay nada. Ni un gramo de valor ni un centímetro de honra. Y que, como ha ocurrido siempre en la historia, cuando al nacionalismo se le hace frente acaba reculando de manera cobarde a la espera de ganar tiempo para volver de nuevo a la carga.

Asumido su estrepitoso fracaso y su ridículo, los independentistas se preparan ya para salvar primero el pellejo y luego los muebles. Y por eso proliferan ahora, con el tradicional ejército de tontos útiles detrás, las llamadas a la mediación, los emplazamientos al diálogo y la búsqueda de fórmulas ambiguas para hallar una salida que no dé la impresión de que han sido derrotados. Pero Mariano Rajoy cometería un error histórico si confiara otra vez en Puigdemont y diera aire al independentismo accediendo a cualquier forma de negociación que implique privilegios a cambio de que se retire la declaración de independencia. Eso supondría echar por la borda el inmenso capital que se ganó el pasado domingo con lo que bien puede denominarse ya el espíritu de Barcelona.

Además, sería inútil. Si algo ha demostrado históricamente el nacionalismo es su capacidad para buscar salidas tramposas cuando se ve derrotado, su absoluta deslealtad a todo compromiso y su ingratitud ante cualquier concesión del Estado a su insaciable sed de prebendas. Todo el proceso independentista ha sido una gran farsa construida desde la trampa, el engaño la doblez y la más cutre triquiñuela. Pretender erigir una nación con urnas de táper como cimientos da idea de su indignidad. Los golpistas están ahora acorralados por su propia incompetencia y por una ciudadanía que ha dicho basta. Buscan ganar tiempo. Pero ya solo cabe llevarlos ante la Justicia y devolver la democracia a Cataluña. No hay nada que pactar.