¿Y tú me lo preguntas? Democracia... eres tú

OPINIÓN

11 oct 2017 . Actualizado a las 05:00 h.

Que las banderas no nos impidan ver a la gente. El sogatira entre el Gobierno y el Govern centra de tal manera el debate en el conflicto de legitimidad de la representación popular y territorial -quién manda «aquí» y qué es «aquí»- que, añadidos los antecedentes penales de ambos, se hace verosímil la sospecha de que, en realidad, se afanan en ocultar la podredumbre, que ya se extiende, imparable, por la superficie del sistema. Otra capa de maquillaje en un cuerpo gangrenado.

Como cada vez es menos posible el poder sin el discurso publicado, las respectivas élites y sus secuaces mediáticos se han empleado a fondo en crear opinión, llevando la confrontación de nacionalismos hasta el paroxismo. Las palabras de Vargas Llosa demonizando el nacionalismo en un acto de exaltación patriótica, en el que había más banderas que personas, merecen otro premio Nobel, pero aún no se ha creado la categoría correspondiente.

En este debate, que se ha trasladado muy parcialmente por la televisión de todos a los bares y hogares de todo el país, se han dado todas las combinaciones posibles de relaciones codeterminantes entre los conceptos «libertad», «democracia» y «ley»; que si esto sin aquello no es posible, y lo contrario. Sin embargo, si nos atrevemos a ir más allá de las fuentes de cada vertiente, podremos emprender el reto de averiguar si es posible la libertad en un estado de servidumbre y precariedad crecientes, si esta democracia no es el disfraz del totalitarismo financiero y si la ley no deja de ser una convención, es decir, una norma coyuntural adoptada mediante el acuerdo de un reducido grupo de personas que obedecen a intereses, demasiadas veces, inconfesables.

Porque en un país con recursos sobrados para evitar que uno de cada cinco habitantes esté en riesgo de pobreza, incluso trabajando, no se puede hablar de libertad. Tanto menos por cuanto la población está sometida a una coerción económica de la que cree poder escapar confiando en la promesas de quien le priva, irónicamente por ley, de una vida digna.

Porque la democracia es una pantomima cuando un gobierno utiliza el monopolio de la violencia que le corresponde al Estado, con objetivos partidistas. Por añadidura a la utilización, de forma encubierta, de la violencia simbólica que tiene como propósito legitimar y perpetuar la desigualdad social. De qué manera si no, avalaría el pueblo con sus votos el saqueo institucional #MarcaEspaña.

Y la ley. Una palabra tan corta pero que tanto abulta en boca de quienes repiten por doquier que no hay nada que hablar con quien se la salta, mientras se saltan, por ejemplo, semáforos, límites de velocidad y de alcoholemia, conduciendo con el móvil en una mano y el cigarrillo en la otra. Nunca he visto esa vehemencia furibunda cuando la ley es pisoteada de forma grosera cada día por todas partes y con graves consecuencias para todos. Antes al contrario, veo indulgencia con toda esa ralea de postín que evade impuestos con el visto bueno del gobierno; con quien paga y cobra en negro; con una explotación laboral que ya podemos llamar, sin exagerar, neoesclavismo; con un chulesco desprecio de las normas de tráfico que mata cada año a cientos de personas; entre infinidad de ejemplos. Esto sí que es grave, y lo toleramos por activa y por pasiva.

Un ejemplo que ilustra de forma palmaria cuanto cinismo e hipocresía encierra este culebrón es que, desde hace demasiado tiempo, se está invocando una ley, en apariencia «inmutable», para negar la posibilidad de intentar, al menos, articular políticamente el legítimo anhelo de millones de personas, mientras que se reforma con premura, agosticidad y alevosía la sagrada Constitución para pagar las deudas -algunas ilegítimas- contraídas con los bancos, antes que los servicios públicos. Y como corolario de la infamia, el gobierno hace un butrón en la ley, de un día para otro, para que las empresas puedan huir de Cataluña. Así es la plutocracia.

Y aunque, muy a pesar de los reaccionarios, parte de los derechos de los que disfrutamos hoy día son el resultado de la insumisión y el conflicto social, y muchas leyes provienen de la desobediencia, con riesgos y costes, a leyes precedentes, no quiero eludir el hecho de que, por mi parte, no comparto ese anhelo secesionista: creo que las fronteras generan más problemas de los que resuelven. Tampoco la excluyente forma en que el Govern pretende imponerlo a millones de personas que lo rechazan dentro del territorio en cuestión. Així no, Carles i companyia. Eso tampoco es democracia.

Por eso son tan necesarios la política y el diálogo, en vez de el palo. Pero claro, la estrategia del Gobierno obedece a objetivos más prosaicos, aunque eso suponga sacrificar la imagen internacional de España y relegarnos a la lista de países en vías de desarrollo cívico. Al Partido Popular no le interesa más la unidad del país que los votos que esta «operación» le va a reportar, al recomponer el nacionalismo español en torno suyo, golpeando al secesionista. Qué es eso de dialogar.

La independencia que es prioritaria, por inclusiva y por higiene democrática, es la que necesita el poder político respecto del poder económico. Condición inexcusable para una democracia real; aquella que responde a los intereses del pueblo, no a los de los depósitos bancarios en paraísos fiscales. Pero para lograrlo hace falta que acabemos de creernos que aquí puede, y debe, mandar la gente.

¿Y la próxima semana?

La próxima semana hablaremos del gobierno.