El triunfo de la falsedad con la ayuda de Podemos

Fernando Ónega
Fernando Ónega DESDE LA CORTE

OPINIÓN

19 oct 2017 . Actualizado a las 08:48 h.

Cuando pase todo esto de Cataluña, si es que llega a pasar, y echemos la vista atrás, habrá que hacer un memorando de errores para no volverlos a repetir; pero habrá que hacer, sobre todo, un recuento de los engaños con los que se ha tratado de manejar a la opinión pública catalana y europea. El conflicto de Cataluña, cualquiera que sea su desenlace, ya merece un lugar en la antología de lo que se conoce como posverdad. Y habrá que empezar a reconocer que el independentismo ganó esa batalla: convirtió la falsedad en principio ideológico; movió a las masas a base de falsificar los hechos; fue creativo en el lanzamiento de eslóganes; demostró audacia y descaro en la manipulación; utilizó todo tipo de recursos, desde las redes sociales a los vídeos como el que ayer comentaba Mariluz Ferreiro en estas páginas. Goebbels era un aprendiz al lado de estos nuevos agitadores.

El último caso ha sido el de calificar de presos políticos a los presidentes de ANC y Òmnium Cultural. Ese concepto traspasó fronteras, caló en parte de la opinión pública internacional y creó por lo menos la duda en multitud de ciudadanos. Si los creativos catalanes no fuesen suficientes para sembrar esa cizaña, cuentan con la inestimable colaboración de Podemos y, concretamente, de su líder, Pablo Iglesias, que se apunta a cualquier bombardeo por injusto que resulte, siempre que le sea útil para descalificar no solo a la derecha gobernante, sino al Estado que él quiere desmontar.

Frente a esa eficacia, el Estado español funcionó como un pardillo. A pesar de todos sus medios y recursos, de disponer de millones de servidores públicos y de gastar inmensas cantidades de dinero en publicidad, nadie recuerda una frase que resultase atractiva para los ciudadanos catalanes que se mueven ideológicamente en la frontera que separa al separatismo del unionismo. Amparado en la fortaleza del sistema y de las leyes, se entregó a ellas sin aportar un miligramo de imaginación creativa. Y lo que es peor: no supo defenderse de las acusaciones. No les dio importancia. No supo y sigue sin saber percibir la influencia de la intoxicación.

Consecuencia: hay un indeterminado número de ciudadanos europeos que creen que la democracia española es una democracia sin división de poderes; que niega a una región el derecho de votar; que la policía reprime con violencia a ancianos que acuden a depositar un voto; que persigue y encarcela al discrepante; que niega la libertad de pensamiento y los derechos básicos de reunión y manifestación… Como la democracia chavista, más o menos. Dicho en román paladino, encima de burros, apaleados. Esto es lo más penoso de la situación.