Días de radio

Fernanda Tabarés
Fernanda Tabarés OTRAS LETRAS

OPINIÓN

29 oct 2017 . Actualizado a las 08:22 h.

Los días extraordinarios tienen su propia banda sonora. Un runrún que se instala en el ambiente y que establece un hilo muy diferente al de Twitter porque es como una red invisible que nos vincula a todos. El viernes en los autobuses de A Coruña las personas escuchaban el sonido del pleno del Senado que salía de los altavoces de la radio a un volumen propio del momento. La sensación era rara, con todo el mundo pendiente por una vez de esa cámara legislativa fofa y de las palabras definitivas de Rajoy. Parecía que estábamos cuando entonces, atentos a los últimos movimientos en el frente de una democracia que se resistía a aparecer. En la era Twitter y mientras fuera del autobús la vida parecía seguir a su bola, la radio sonaba el viernes como un bálsamo al que se recurre para curar la necesidad enfermiza de saber. La avidez por conocer que todos sentimos en los momentos jodidos recorría la ciudad como antes, cuando el futuro dependía del próximo segundo y todos miraban fijamente a los ojos de un transistor de baquelita. En el año 1933 se presentaron en la feria de la radio de Berlín unos inocentes aparatos, los Volksempfänger. Eran sencillos y baratos y se convirtieron en un artefacto capital para colocar el relato espeluznante de Joseph Goebbels. La propaganda nazi entraba sin vaselina en las casas de los alemanes porque los receptores habían sido diseñados para reproducir solo la señal de las emisoras locales y evitar el contraste editorial procedente de estaciones extranjeras. Un mensaje único para una ciudadanía secuestrada que escuchaba instrucciones infernales desde el salón. En España, muchos aligeraron la atmósfera atosigante del franquismo escuchando la Pirenaica y los discursos más relevantes de Churchill llegaron a los ingleses a través de la BBC. Estos días hemos vuelto a los días de radio.