La historia no se cambia con borrones

OPINIÓN

09 nov 2017 . Actualizado a las 08:03 h.

La historia -decía San Agustín- es la vida de una comunidad contada por etapas. Y por eso, en contra de la creencia general de que la historia la hacen unos pocos, y a base de grandes hechos, el obispo de Hipona siempre insistía que es la acción cotidiana, cooperante de la providencia, la que marca el devenir de las naciones. A veces un rey, o una batalla, o una pasión desenfrenada, dan la sensación de que todo se transforma. 

Pero, a largo plazo, la vida de la comunidad es la que escribe el relato del futuro, y la que va dejando en el olvido a los que quisieron navegar contra el viento dominante.

A eso se debe que la historia de los pueblos que más desolación sembraron, no es más grande ni más importante que la de pueblos pequeños que labraron sus gestas desde el esfuerzo comunitario. Y por eso nos sorprende que la historia de Alemania no sea más grande ni más atractiva que la de Portugal. Recordé estas cosas el 7 de noviembre, cuando se cumplía el primer centenario de la Revolución de Octubre. A pesar de coincidir en su breve curso -80 años- con dos Guerras Mundiales, que contribuyeron de manera extraordinaria a la expansión del socialismo real; y a pesar de competir con el terrorífico proyecto del III Reich, no tengo ninguna duda de que el mayor intento de cambiar la historia del mundo, y el que más se acercó a lograrlo, fue la Revolución Rusa.

Con ella -sin ahorrar totalitarismo ni muerte- se borró un país entero, con su cultura y su historia; se cambiaron las instituciones del poder; se abolió la propiedad privada y se incardinaron las personas en una maquinaria de producción colectiva e igualitaria que deshumanizó a los que más decía liberar. También dividió el mundo en dos bandos, y enfrió la guerra para hacerla más dañina y duradera. Tuvo dimensión global, y usó con igual fortuna su fuerza militar y económica y los batallones ideológicos que expandían su credo revolucionario. Y hasta puso en marcha un proceso de descristianización activa para arrojar a Dios fuera del mundo.

De todo aquello queda solo lo malo, una especie de ardor de estómago que inquieta a toda la humanidad. Rusia, mientras tanto, trabaja en una reacción que produce la sensación de que la Revolución funcionó al revés.

Y por eso me extraña que, teniendo esta oportunidad de contemplar cómo pasa la historia del mundo, sigamos presos de constantes intentos de definir la vida a contracorriente de los pueblos, volviendo sobre los mismos errores, y obligándonos a correr riesgos que podríamos evitar. Y lo digo -porque la historia no mata el presente- por el procés, que es como un borrón de tinta sobre una historia ya escrita.

Alguien, que no es el pueblo, quiere rebobinar lo hecho. Pero los borrones no cambian el relato, aunque tengamos impresión de vivir una rebelión obcecada que no deja tiempo ni espacio a la lección de la historia.

Seguimos presos de constantes intentos de definir la vida a contracorriente de los pueblos