Muchedumbres motorizadas

Albino Prada
Albino Prada CELTAS CORTOS

OPINIÓN

23 nov 2017 . Actualizado a las 08:04 h.

recuerda Antón Costas en su último libro, cómo en su día el profesor Fabian Estapé, resumía las consecuencias del crecimiento económico desbocado de la economía española diciendo que habíamos pasado de que el problema de un ciudadano fuese comprar un Seat 600, a que el problema fuera donde aparcarlo. Ya hace más de cincuenta años de esto.

Estábamos pasando de una economía de la escasez (de automóviles) a una de la abundancia o del derroche. Una economía de la que, a escala mundial, me ocupo en mi reciente libro El despilfarro de las Naciones (Clave Intelectual, 2017). En esa economía el problema más grave ya no es donde aparcarlo, sino la polución ambiental que intoxica el aire urbano y se suma a las emisiones que causan un cambio climático mundial. Porque el parque automovilístico de todas las ciudades del mundo se nos está yendo de las manos.

Un buen ejemplo de cómo la lógica del mercado -y del consumidor soberano- nos conduce a un colapso. Y así se explica que, mientras todas las alarmas de contaminación saltan por los aires, el día sin coches es un rotundo fracaso. Lo que pone negro sobre blanco que este asunto no puede ya embridarse por puro voluntarismo. El mercado y la lógica individual saltan por encima de todo.

Cuando nos ahogamos en nuestra abundancia no queda más remedio que prohibir aparcar (estos días en Madrid) o el tráfico de la mitad del parque existente (matrículas pares o impares), acompañándolo de un uso gratuito del transporte colectivo. Más claro agua. O que en ciudades como París se planteen a medio plazo que solo puedan circular coches eléctricos. Abriendo una nueva espiral de individualismo y despilfarro. Como si esa electricidad no hubiese que generarla previamente con hidrocarburos, gas o, peor aún, energía nuclear.

El problema de la lógica individual (de consumidores y fabricantes) que nos ha traído hasta esta sociedad megaurbana de muchedumbres motorizadas es que siempre conduce al despilfarro y al colapso del que solo una lógica colectiva -en ciudades de tamaño medio, con transporte público que use energías renovables y a precios muy accesibles- nos va a poder sacar.

Porque si todas las metrópolis del mundo se llegasen a homologar con el gigantesco parque automovilístico por habitante de ciudades como Madrid, París o Nueva York (cosa que hará posible a muy corto plazo nuestro actual sistema económico, y a la que esos lugares no tienen menos derecho que nosotros por llegar más tarde), el colapso circulatorio, de polución urbana y sobre el cambio climático nos obligará (tarde, mal y arrastro) a imponer medidas colectivas radicales.

Nos sonreiremos de aquellos tiempos en los que casi nadie hacía caso del día sin coche, mientras las sequías prolongadas -en unas partes del mundo- y los huracanes e inundaciones -en otras- intrigaban a muchedumbres motorizadas que celebraban grandes premios e idolatraban a virtuosos de la conducción.