Los sufíes, víctimas propiciatorias

Miguel-Anxo Murado
Miguel-Anxo Murado EL MUNDO ENTRE LÍNEAS

OPINIÓN

YIANNIS KOURTOGLOU | Reuters

25 nov 2017 . Actualizado a las 09:27 h.

Hasán al Banna, el principal teórico del fundamentalismo islámico moderno, había practicado el sufismo en su juventud. De hecho, la organización que fundó, los Hermanos Musulmanes egipcios, tiene una estructura que recuerda mucho a las tariqat, las cofradías de los sufíes. Pero es una influencia que Al Banna nunca hubiese aceptado, porque acabó rechazando el sufismo con un odio de inquisidor. Para él, como para sus seguidores en la actualidad, el sufismo, con su misticismo, sus peregrinaciones y su culto a las tumbas de los santos, es una herejía, una superstición. Por eso, una de las primeras cosas que hacen el Estado Islámico o los demás grupos yihadistas cuando asoman por algún lado es destruir los santuarios de los sufíes.

También a los propios sufíes, como sucedió ayer con el ataque contra la mezquita de Bir al Abed, en el Sinaí. Esto es especialmente preocupante en Egipto, porque el sufismo, aunque en declive desde hace décadas, tiene una implantación especialmente importante en este país. El valle del Nilo está punteado de tumbas de santones sufíes y se cree que entre un 15 y un 20 por ciento de la población practica esta variante del islam. Tan solo en Alejandría hay unas 40 mezquitas sufíes y medio millón de seguidores del sufismo. Fue precisamente allí donde se inició la escalada de ataques contra esta comunidad hace seis años, coincidiendo con la Primavera Egipcia.

El pasado abril, un congreso reunía a los líderes sufíes en El Cairo y su portavoz, el jeque Alaa Abu al Azayem, se dirigió expresamente al presidente egipcio, el general Al Sisi, para pedirle más protección para los cristianos coptos y para los propios sufíes. Su argumento era que esta versión popular y pietista del islam, conservadora pero tradicional, podría servir de antídoto frente a la tentación del fundamentalismo. La realidad, desgraciadamente, es la contraria: el sufismo atrae a los fundamentalistas, funciona como un chivo expiatorio, un objetivo «blando» para dar rienda suelta a su fanatismo y sus frustraciones políticas.

También el lugar en el que ha ocurrido esta tragedia tiene su significado. La península del Sinaí es desde hace seis años un territorio sin ley en el que los yihadistas se mueven con facilidad. Como ha sucedido en Libia y Siria, el desierto, con su cultura tribal, es un entorno favorable para la yihad. Más aun en el caso del Sinaí, donde el Ejército egipcio tiene dificultades para desplegares en grandes números por temor a despertar la desconfianza de Israel. Pero es dudoso que un despliegue mayor tuviese más éxito. Desde el 2014, el Estado Islámico intenta crear en el Sinaí una provincia del EI y, aunque no lo ha conseguido, ha podido mantener al Ejército en jaque. El ataque de ayer, de hecho, es el sexto en este año, incluyendo una masacre de cristianos coptos. Esta vez, la víctima han sido los sufíes, señalados para morir simplemente por la manera en que rezan y el lugar en el que viven.