Bob Marley en Zimbabue

Miguel-Anxo Murado
Miguel-Anxo Murado VUELTA DE HOJA

OPINIÓN

ed carosia

26 nov 2017 . Actualizado a las 08:26 h.

En 1979 Bob Marley sacó su disco Survival, del que se hizo particularmente famosa la canción Zimbabwe. Zimbabue era un topónimo que nos resultaba familiar. La guerra de Rodesia, como se llamaba todavía ese país, estaba en sus estertores. Como mi hermano ponía ese corte a todas horas, yo me lo sabía de memoria. Al año siguiente, cayó el régimen racista de Ian Smith y en Occidente todos teníamos un poco la idea de que había sido la canción de Marley la que había obrado el milagro.

También debieron de pensarlo en Zimbabue, porque Robert Mugabe, el ganador de aquella guerra de liberación, invitó al jamaicano a cantarla en la ceremonia de la independencia en Salisbury, que pronto pasaría a llamarse Harare. Pero cuando llegó al estadio Rufaro, Marley se dio cuenta de que aquello iba a ser más bien un concierto privado. Solo los líderes del partido oficialista y sus esposas estaban invitados a oírle cantar, y el concierto estaba previsto exactamente para después de la ceremonia del izado de la bandera con la que se declaraba la independencia del país. De modo que las primeras palabras que se pronunciaron oficialmente en la historia de Zimbabue fueron: «Señoras y señores, Bob Marley and The Wailers».

Los músicos empezaron las notas de la canción, y afuera, donde se agolpaba el pueblo llano que quería entrar, estalló la gran bronca. Justo en el momento en el que Marley atacaba la parte de «¡Vamos a luchar por nuestros derechos!», la masa se abrió paso a través de la barrera de seguridad y entró en el estadio. Los milicianos del ZANU-PF, el partido revolucionario que los había liberado, empezaron a golpearlos con las culatas de los AK-47, mientras en el exterior la policía dispersaba a la muchedumbre con gases lacrimógenos. Marley terminó el concierto tosiendo en medio de la nube de gas tóxico mientras cantaba: «Sopla un misticismo natural en el aire». Marley no entendió lo que pasaba, pero lloró ese día, aunque solo fuera por los gases lacrimógenos. Las suyas fueron las primeras lágrimas que se vertieron en el Zimbabue liberado, pero ni mucho menos las últimas. Él murió poco más de un año después, prematuramente, mientras que el país que había hecho aparecer con una canción y bautizado con su tos empezó a deslizarse por la pendiente de la tiranía.

Sucedió primero despacio y luego deprisa. Como en casi todos los procesos de descolonización, la nueva Zimbabue arrancó su andadura con una amplia purga («Nada de desavenencias internas», había cantado Marley). Siguió luego el exterminio selectivo de minorías étnicas refractarias y el encarcelamiento de opositores. La economía se hundió espectacularmente. La inflación llegó a alcanzar los 500.000 millones por ciento. Para comprar una barra del pan había que llevar un camión cargado de billetes. Mugabe se rodeó de un culto a su personalidad («Hermano, tienes razón, tienes toda la razón», decía también la letra de Marley). Retomando el racismo de la vieja Rodesia, pero al revés, se alentó la persecución de los granjeros blancos, la confiscación de sus tierras, a veces incluso su asesinato («No quiero que el pueblo se me vuelva en contra» era otra línea de la canción).

Esta semana, finalmente, Mugabe ha anunciado su abdicación. Al hombre llamado a sustituirle, su antiguo número dos, se le conoce por el poco tranquilizador mote de El Cocodrilo. Aun así, estos días hay fiesta en Harare. En medio de las celebraciones, sonaba el Zimbabwe de Marley, la vieja canción que parecía una exaltación y al final resultó que era una profecía en la que todo estaba escrito.

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