El relato del relato

Carlos G. Reigosa
Carlos G. Reigosa QUERIDO MUNDO

OPINIÓN

27 nov 2017 . Actualizado a las 07:25 h.

En medio del lío político que tenemos montado (y que aún podría empeorar), no está de más repasar la construcción del relato independentista catalán, que, como buen relato mitómano, considera justo todo lo que sus partidarios han decidido y narrado. Un proceso en el que, como ya nos avisó hace mucho el buen Séneca, la razón trata de decidir lo que es justo mientras que la cólera lucha por imponer otros ardores o anhelos.

Sucede que el relato está de moda desde la Grecia de hace unos veinte siglos, pero parece que es ahora cuando nos hemos dado cuenta de su importancia. Porque se ha comprobado que un relato bien trabado puede llevarse por delante las verdades y las mentiras de todos los que carecen de él. El relato es, pues, un arma cargada de futuro.

Y es así porque eso que ahora llamamos «el relato» es justamente algo que conmueve y seduce, es decir, que apasiona. No cuenta una verdad incontrovertible, pero alimenta un sueño que embriaga, aunque solo sea con fantasías y quimeras. Y da fuerzas para combatir a quienes no lo aceptan como una verdad incontrovertible. Ahí estamos.

Dijo un tal Shakespeare que «la ira es un caballo fogoso que, si se le da rienda suelta, se agota pronto por un exceso de ardor». Si nos atenemos al relato secesionista catalán, es posible que ese agotamiento aún pueda estar lejos, pero ya se perciben claros síntomas de irrealidad en sus argumentos, y el escenario público ya no es solo suyo.

Porque el relato secesionista se ha cargado de legítima pasión, cierto, pero también de ira y de rencor, y ya advirtió Benjamin Franklin que «lo que empieza en cólera acaba en vergüenza». Porque ese «relato del desapego» acomete con la furia de la pasión, pero también con la debilidad de un odio absurdo, que ciega y está fuera de lugar. El verdadero relato deberá ampliarse y rehacerse desde el respeto, la inclusión y el diálogo, porque su verdadero objetivo debe ser el conocimiento (y el reconocimiento) de la verdadera realidad, sin caer en falsas y absurdas astucias o caprichos. ¿Es posible que enfilemos el buen camino? Ya sé que no están de moda estas reflexiones de concordia y armonía, pero algún día habrá que apearse del burro y caminar juntos.