Populismo xenófobo, pero con amor

Gonzalo Bareño Canosa
Gonzalo Bareño A CONTRACORRIENTE

OPINIÓN

OLIVIER HOSLET | efe

28 nov 2017 . Actualizado a las 08:11 h.

El estupor generalizado ante el cúmulo de despropósitos, desvaríos y simples estupideces que estamos escuchando estos días en boca de los principales líderes independentistas solo demuestra que muchos de los que llevan tiempo sentando cátedra sobre lo que ocurre en Cataluña desconocían de qué clase de personajes estamos hablando. No se trata, en contra de lo que creen algunos, de que Carles Puigdemont y Oriol Junqueras hayan perdido el oremus por sus respectivas condiciones de prófugo y reo. Es que son así. Ha sido necesario que ambos situaran a Cataluña al borde del abismo para que el mundo ponga por fin el foco sobre ellos y se dé cuenta de quiénes son estos señores y a qué se dedican.

Algunos se enteran ahora de que el independentismo catalán es, por encima de todo, un movimiento populista y xenófobo cuyos vínculos naturales en Europa no son otros que la francesa Marine Le Pen, el británico Nigel Farage o el holandés Geert Wilders. No hay nada de extraño, por ello, en que Puigdemont se haya situado junto a esa siniestra banda enarbolando un discurso eurófobo que debe avergonzar a cualquier catalán. Como tampoco es novedoso que utilice de forma rastrera el asesinato de 15 personas en los atentados de Barcelona para hacer campaña y culpar de esas muertes a la «deslealtad» de España con Cataluña. Una indignidad que repugna a cualquiera, pero nada nuevo bajo el sol del populismo independentista, aunque muchos no se enteren.

Y si algunos se sorprenden de pronto con el neofascismo antieuropeo, incendiario y sin principios de Puigdemont, otros directamente alucinan al descubrir el delirio mesiánico del místico Oriol Junqueras, que nos quiere convencer de que es el mismísimo Espíritu Santo quien guía a Cataluña hacia la independencia y perdona, ya de paso, sus horrendas mentiras de telepredicador. «No podrán encarcelar nuestro Amor. ¡Y, precisamente por eso, os amo tanto!», les ha dicho el devoto farsante a los catalanes en una carta en la que afirma también que «la soberanía que reside en los pueblos solo puede fundamentarse, en la tradición cristiana, en la certeza del amor infinito de Dios». Una estrafalaria combinación de radicalidad nacionalista e integrismo religioso propia de los gemelos polacos Kaczynski, que da casi tanto miedo como vergüenza ajena.

Que semejantes personajes hayan podido gobernar en Cataluña y arrastrar hacia el descrédito y la bancarrota económica a una tierra que siempre fue ejemplo de modernidad, prosperidad y europeísmo es una inexplicable página negra que conviene olvidar cuanto antes. Pero apartarlos de cualquier posibilidad de volver a regir el destino de los catalanes es una obligación democrática. Y por eso sería imperdonable que si tras el 21D este populismo iluminado y xenófobo pierde la mayoría, algún partido le permitiera regresar al poder al impedir que se forme un Gobierno alternativo que devuelva la decencia y el sentido común a Cataluña. El que lo haga, será tan responsable del desastre como ellos.