España se enreda en la trampa catalana

Xosé Luis Barreiro Rivas
Xosé Luis Barreiro Rivas A TORRE VIXÍA

OPINIÓN

PAU BARRENA | afp

02 dic 2017 . Actualizado a las 16:54 h.

Un pésimo análisis del procés, disculpable solo hasta que Carles Puigdemont entró en escena, nos hizo asumir como algo sustantivo lo que solo era, como ahora sabemos, una monumental chirigota. Y, para que ese error se prolongase durante cuatro años, no solo hemos sobrevalorado a las masas y a los líderes, a los estrategas jurídicos y mediáticos, a la burguesía catalana, y a los que nos humillaron a todos desde su pedestal de engolada superioridad, sino que -hipnotizados por tertulianos, académicos, intelectuales abaixofirmantes, nacionalistas, obispos de Solsona, detractores de Rajoy y desnortados diversos- hemos asumido la idea de un pecado original, contra Cataluña, que nos paralizó y confundió hasta límites insoportables.

De esta cadena de despropósitos no hay ninguno más grave -porque para eso somos una nación de naciones de acendrada cultura católica- que esa sensación de culpabilidad -el pecado original- que nos hizo creer que le debíamos mucho a Cataluña, que habíamos empañado su historia con nuestra innata rusticidad y con los «¡ay, ay, ay» del cante jondo, y que tenemos que hacer mucha limosna y mucha penitencia hasta que nos puedan perdonar tanta ingratitud por nuestra parte. Y por eso me temo que, a pesar de la gravedad de lo ocurrido, y de las infantiles trapalladas en las que nos hicieron picar, seguimos siendo incapaces de centrar el verdadero problema y de dejarlo madurar en su salsa, para poder dedicarnos a barrer, amueblar y calentar la casa común.

España sigue atrapada en un lazo que le impide gobernarse, modernizarse, aprovechar sus oportunidades y disfrutar de sus éxitos. Y cualquiera puede ver como determinados problemas, difíciles pero abordables, -financiación autonómica, reforma educativa, corredores ferroviarios y marítimos, política hidráulica y energética, lucha contra los incendios, ajuste de las pensiones y la sanidad, envejecimiento y despoblación- se complican severamente a causa de un País Vasco instalado en sus privilegios, y de una Cataluña que juega a perro del hortelano, que ni participa en ningún pacto, ni acepta ningún pacto que sin ella se pueda gestar. Y, para entender lo que pasa, basta ver como actúan en este negocio el PSC y los Comunes, que, en aras de convertir a Rajoy en la esencia del problema, están sirviendo de acueductos -o ponzoñeductos- por los que se expande el veneno que genera el independentismo catalán.

La idea de que Cataluña tiene que volver a ser lo que fue -un paradigma seductor en el que se inspiran todas las utopías y desafecciones de España- es una quimera. El procés, con su chulería agresiva, despertó la competencia de otros poderes, ciudades y organizaciones cívicas que ya no consideran inmutable el abusivo equilibrio anterior. Y cuanto antes asumamos que estamos en una nueva España, que hay que gobernar, mejor nos irá a todos, incluidos Iceta, los Pujol y el abad de Montserrat.