La muerte del cobarde

Manel Loureiro
Manel Loureiro PRODIGIOS COTIDIANOS

OPINIÓN

04 dic 2017 . Actualizado a las 07:32 h.

Su nombre era Slobodan Praljak y si no les suena de nada , no se preocupen. En el endemoniado avispero que fueron las guerras de la antigua Yugoslavia, este hombre de aspecto afable, barba blanca y corpachón poderoso no fue más que uno de los actores secundarios del drama humano que supuso la carnicería de aquella guerra civil. Eso sí, sus manos, a juicio del Tribunal de La Haya de Derechos Humanos, estaban tan manchadas de sangre como la de otros monstruos psicópatas como Milosevic o Karadzic que gozan de una siniestra fama más reconocida.

Si les hablo hoy de Praljak es porque este antiguo general bosniocroata, responsable de la destrucción del emblemático puente de Mostar, o de ordenar la tortura, violación y muerte de unos 40 civiles de la aldea de Stupni Do, en el centro de Bosnia, entre otras muchas lindezas, ha decidido librar al mundo de su presencia de una manera melodramática y casi increíble. Como seguramente ya han podido leer en este periódico, justo cuando el tribunal confirmaba su condena a 20 años de prisión por sus crímenes, el anciano general de 72 años se levantó del banquillo de los acusados y, con un rápido gesto, abrió un frasco de veneno ante el estupefacto tribunal, se lo bebió de un trago y murió al poco rato. Parece sacado de una película, pero es totalmente real.

Sospecho que el pasado como actor aficionado de teatro de Praljak ha tenido mucho que ver con su aparatosa forma de morir, unido sin duda a la desesperación del culpable atrapado por la justicia cuando hasta poco antes se sentía impune. Muchas veces, a la hora de la verdad, aquellos culpables de los más horrendos crímenes no tienen el valor suficiente para mirar al destino a la cara y prefieren una salida que les resulta más honrosa o menos humillante que las que les ofrecen. Ya en los juicios de Núremberg algunos jerarcas nazis como Goering escogieron el mismo camino cobarde del suicidio por veneno antes de que el mundo les dijese en voz alta a la cara que eran, de manera inequívoca, unos malvados.

La muerte de Praljak no va a aliviar la pena de los familiares de todos aquellos que sufrieron tortura o violación por orden del general croata, ni el hecho de que su agonía de más de dos horas fuese dolorosa, entre espumarajos de sangre y convulsiones va a hacer que todos los fallecidos por sus designios vuelvan entre nosotros. Regodearse en eso sería venganza, que no justicia. Y sin embargo, aún sabiendo eso, el mundo es hoy un lugar un poco mejor sin él y el resto de malvados sienten un poco más de frío por dentro. O al menos, eso quiero pensar.