Y, sin embargo, los malos pueden ganar

Fernando Ónega
Fernando Ónega DESDE LA CORTE

OPINIÓN

09 dic 2017 . Actualizado a las 09:07 h.

Dijo el presidente Rajoy ayer, en Lérida, que con el 155 había «evitado el disparate». Dios le oiga, presidente. Dios le oiga porque nada en el ambiente pronostica esa victoria. Puede producirse la sorpresa, es posible y deseable, pero no se observa ningún agotamiento de la opción independentista. Tienen a uno de sus líderes y a los agitadores sociales en la cárcel, tienen a otro líder escapado en Bruselas, pero las encuestas los sitúan entre la mayoría absoluta y la casi mayoría absoluta en el Parlamento catalán. Es posible que, a pesar del aumento de la participación, última esperanza, no cambie la relación de fuerzas. Es posible, por tanto, que haya que prolongar el 155 y es posible que nos veamos sometidos a una nueva y agotadora presión por la ruptura. Ellos, los que se quieren ir, parecen incansables y ya han perdido hasta la vergüenza para demostrar su odio a España con todas las falsedades imaginables.

Ellos, los que se quieren ir, tienen unos presos que sirven cada día en los desayunos de la buena gente como alimento para combatir al Estado español que los encierra. Ellos, los que se quieren ir, disponen de fuerza y medios para llamarnos a todos los demás fascistas y opresores. Ellos, lo que se quieren ir, tienen formación dialéctica y repiten sus mentiras hasta convertirlas en verdad. Ellos, los que se quieren ir, odian a quienes fueron sus socios de gobierno, pero cuando actúan en público son generosos entre sí. Ellos, los que se quieren ir, demuestran poderío para todo lo que quieran: para acudir a Bruselas, aunque sea de rodillas, o para crear climas de opinión que hacen compatibles el victimismo y la agresividad. Y están ahí, en mítines y debates. Arengan, proclaman, combaten, embisten, hostilizan, reparten credenciales de democracia y de franquismo, todo vale para su causa.

Tienen tal desparpajo que llaman corrupto al Estado en un fantástico ejercicio de desmemoria de sus propias corrupciones, como si los Pujol y los Prenafeta y toda la tropa del tres por ciento vivieran en un piso de Madrid.

Y frente a su eficaz contumacia la España oficial sigue siendo incapaz de mostrar un relato sugestivo. La España oficial se recrea en la lectura de escritos patrióticos que solo descubren en Puigdemont la locura, solo avisan de desastres si se rompe España y jamás han tratado de entender por qué no hay separatistas que quieran volver a la Constitución.

Y las encuestas dicen que esos, los malos, pueden volver a ganar. ¿Saben por qué? Porque media Cataluña les da credibilidad. Lo cual significa algo terrible: que España es para esa media Cataluña una nación opresora, franquista y gobernada por la corrupción. Me temo, presidente, que el 155 no lo corrigió.

Tienen tal desparpajo que llaman corrupto al Estado en un fantástico ejercicio de desmemoria de sus propias corrupciones