Dame veneno

Luis Ferrer i Balsebre
Luis Ferrer i Balsebre EL TONEL DE DIÓGENE

OPINIÓN

10 dic 2017 . Actualizado a las 09:39 h.

Hace unas semanas el mundo presenció la impactante escena de Slobodan Praljak, un ingeniero eléctrico metido a general del ejército bosnio croata, que durante la sesión del juicio por los crímenes de guerra perpetrados en la guerra de Yugoslavia, se levantó con aspecto de hombre bonachón y al escuchar el veredicto sentenció: «El General Slobodan Praljak no es un criminal de guerra y rechazo con desprecio el veredicto». Y se bebió un trago largo de veneno mortal.

Su abogada, Nika Pinter, retornó a Croacia y declaró que no sabe la razón y el objetivo final que tuvo el general Praljak al suicidarse: «No puedo conocer su objetivo final, pero puedo comprenderlo completamente porque, como un hombre honorable, no podía vivir ni un solo día como un criminal de guerra», afirmó la abogada. El sociólogo Emily Dürkeim identificó a finales del siglo XIX diferentes tipos de suicidios ejecutados en función de las relaciones sociales. En el llamado suicidio altruista, el individuo se da muerte de acuerdo con imperativos sociales y ni siquiera piensa en reivindicar su derecho a la vida; se sacrifica a un mandato social interiorizado que obedece a las órdenes del grupo. Dürkheim descubre en el suicidio altruista un aumento de su frecuencia en el Ejército. Por definición los militares -se trata aquí de oficiales profesionales- pertenecen a un grupo muy integrado. Es evidente que los militares de carrera se adhieren al sistema al que pertenecen pues salvo casos excepcionales no lo habrían elegido si no le profesasen una fuerte lealtad. Pertenecen a una organización cuyo principio esencial es la disciplina y el honor. Praljak no podía vivir con la deshonra de ser considerado un criminal de guerra cuando él lo único que hizo fue ejecutar las órdenes correctas que, aunque atroces, creía que eran su obligación como fiel servidor de su pueblo, poniendo en escena eso que Ana Harendt llamó la banalidad del mal, el mal como deber. Praljak no se mató por miedo a la cadena perpetua, ni por el remordimiento que le procuraban sus crímenes. Se tomó el cianuro porque despojado del honor que le quitaba la sentencia no podía vivir. Era la única salida honrosa frente a la comunidad que creía defender, sus palabras finales no iban dirigidas al tribunal sino a su pueblo. Para muchos, un sacrificado funcionario público, un valiente sin tacha. Poco después del suceso, una amiga me preguntaba: ¿Qué fue lo que se tomó? ¿Se puede conseguir fácilmente? Dejaba entrever su deseo de poder disponer del veneno por si le venían mal dadas. Estos son de otro tipo, son los suicidios egoístas. «Dame veneno que quiero morir» no es lo mismo que «dame veneno que no quiero vivir... así».