Cataluña, sin novedad en el frente

OPINIÓN

23 dic 2017 . Actualizado a las 05:00 h.

Analizados en perspectiva amplia, los comicios catalanes del jueves no varían a prorata el reparto de escaños de 2015 entre constitucionalistas y soberanistas. La implicación de que no haya novedades es dramática en varios escenarios, todos principales. Uno de ellos es que la fractura entre los dos frentes se anquilosa, a la manera de la guerra de trincheras de la PGM. Pero hay una diferencia con toda contienda bélica, a saber: el bando soberanista es el agresor y el contrario no se defiende. Su defensa, la ley, no responde al ojo por ojo, diente por diente del Antiguo Testamento; más bien al pon la otra mejilla del Nuevo Testamento. Y aunque con el tiempo la ley imponga las penas que corresponden a la agresividad de una de las partes, el sufrimiento de los agraviados no es banal.

A la par que la saña de los soberanistas se refuerza con los resultados electorales, el nacionalismo fundamentalista se compacta sin dejar de agigantarse, sintiéndose capacitado para retar de tú a tú al resto del país, al que arrastra por un cauce sinuoso y de desniveles pronunciados. Un Nilo Azul que se desborda por doquier del lago Tana (Etiopía). Un Nilo Blanco que pronto ensordece tras dejar las Montañas de la Luna (Uganda). La economía española se resentirá por tiempo indefinido y la consideración del Mundo hacia nuestro Estado pivotará sobre los consabidos tópicos épicos y oscuros que ustedes conocen: la leyenda negra que Inglaterra adjudicó a la España de Felipe II; el franquismo, la represión y el heroísmo (cierto) de los republicanos y el exilio; los toros y la sangre que se desparrama en la arena, etcétera, etcétera.

Otro de los escenarios es el progresivo empobrecimiento de Cataluña. La salida de las sedes sociales empresariales ha vuelto a emprender carrerilla desde ayer, y ya van unas 3.200, de las que cerca de 1.300 han trasladado también su sede fiscal, que va poco a poco despoblando a la comunidad de directivos, administrativos y subalternos. Seat, con 17.000 trabajadores, puede desmantelar su planta de montaje de Martorell. Y la inversión de capital extranjero en la comunidad ha descendido un 75% en el último trimestre de año con respecto a 2016.

Este es un panorama agónico para la clase trabajadora, con un engrosamiento del desempleo que se acerca al de la crisis de 2008. Puigdemont y Junqueras, por poner a los dos figurantes principales de la secesión, están respaldados por empresarios solventes. Lo que se trata de exponer es que los líderes soberanistas y algunos cientos de miles de sus portaestandartes saldrán indemnes de la debacle económica, lo que subraya que la república que quieren imponer no tiene en cuenta al pueblo, sino que se sirven de él. Es de imaginar que han leído El Príncipe de Maquiavelo, pero no lo han entendido, ni mucho menos comprendido. Porque cuando Maquiavelo habla de las «virtudes» que ha de tener un principal en su Estado, en realidad no lo está alabando, lo está vilipendiando, porque esas virtudes son, claramente, no virtuosas, y, por consiguiente, detestables. Juntos por Cataluña y ERC son, entonces, tan de derechas como el PP

Finalmente, no se ha de dejar de constatar la contradicción entre el número de votos de cada bloque y el número de escaños. Los constitucionalistas obtuvieron el 51% y 65 escaños. Los soberanistas, el 47,5% y 70 escaños. Y no debemos aducir que las reglas de juego son para todos iguales, porque las cuatro provincias son dispares entre sí, una suerte de cuatro Cataluñas. Mejor, dos, porque Lérida y, sobremanera, Gerona son más tajantes con el procés y, con menos población que Barcelona y Tarragona, tienen un peso electoral desproporcionado. Los aproximadamente 150.000 votos que los constitucionalistas han sacado a los soberanistas han ido a la papelera. Y algunos más por añadidura. Empeñarse Puigdemont y Junqueras en retomar el independentismo vulnera la democracia (51% frente a 47’5%). Insistir en los sintagmas «presos políticos» y «golpe de Estado» por la aplicación del 155 es antidemocrático. Pero no sorprende. Primero la trama revolucionaria; luego la quema del Estatuto de Autonomía y la Constitución, y, por fin, imputar a los jueces una alianza con el Gobierno de Madrid, es como ponerse desnudo (sin esteladas ni colores amarillos) ante el fotógrafo que entendió y, además, comprendió a Maquiavelo.