26 dic 2017 . Actualizado a las 13:29 h.

Tenía una taza de chocolate en la mesa y leía el diálogo que mantienen el viejo Fénix y el furioso Aquiles, conminado por aquel a entrar en combate contra los troyanos y sus aliados licios y tracios, entre otros. Despotrica el hijo de Peleo contra la avaricia de Agamenón, que le robó su botín de guerra más querido, la esclava Briseida, cuando una perra arrancó una de las dos sillas libres que quedaban en mi mesa sin informarse si se ocuparía en los minutos siguientes. Pago el chocolate en la barra (1,40 euros) y el perro me devuelve 2,90 de un billete de 5. Me doy cuenta en casa, y siento que no fue un equívoco. Sé de qué raza es ese perro. Otro perro, al volante, me hace frenar sin tiempo a mirar si me embestirían por detrás al entrar en la rotonda, veloz, con gesto matón. Esto me aconteció en menos de hora y media, ayer, Navidad.

Pero esa perra y esos perros, alienados hasta las letras A, C, T y G por la cultura del mismismo, son unos cachorros navideños, o sea de todo el año. La Navidad no puede degenerar más. Es el icono de la engañifa desoladora, miserable, mutiladora y ácida que más y mejor nos dibuja. Solo cachorritos, porque los adultos ladran Feliz Navidad en tonos distintos. A Inés Arrimadas, los perros demócratas le ladran «mala puta», «asquerosa». Esta raza ha sido modificada pacientemente a lo largo de tres decenios, y hoy son la versión pitbull del animal hombre. Se tiran a la yugular. Incluso los foráneos, los que no cuentan con pedigrí catalano-rabioso llegan a seguir a la manada iracunda. No todos. Hay perros menos ceñudos de entre los importados que se han tragado el hueso que les han echado con el tuétano envenenado del derecho a decidir. Esta milonga de los derechos, que ningún derecho existe, ni de este ni de ningún otro cariz, obra el prodigio de interrumpir la comunicación entre este escribidor que ladra a contracorriente y la familia que bota con el voto a la espera de la urna de la libertad.

Vayan deconstruyendo el mito de que tenemos derechos. El derecho pertenece en exclusiva a la Naturaleza. Comer y ser comido. En la rama del arbusto en el que nos ha colocado la evolución por selección natural, los grandes depredadores son los que nos confieren los imaginarios derechos: el Gran Capital y sus tentáculos no numerables. Este es el perro verdadero. El alien de Ridley Scott.