Hoy por la mañana

Ramón Pernas
Ramón Pernas NORDÉS

OPINIÓN

06 ene 2018 . Actualizado a las 10:14 h.

A levantarse, al despertar en la mañana, toda España es un salón, una sala de estar, una alcoba, llena de regalos. La auténtica epifanía, algarabía de chavales desembalando los regalos que dejó la noche al lado de sus pequeños zapatos. Ya nadie recuerda al bonachón, al gordo barbudo Santa Claus que con su reno finlandés se colaba por las chimeneas y dejaba sus obsequios junto al árbol. Ha huido por donde había venido hasta que otra Navidad quede fijada en los calendarios de los meses. Esta noche han vuelto los señores reyes por donde solían. Siguiendo a una estrella, desfilando por los anocheceres en las cabalgatas urbanas, montados en caballos y en camellos, en tronos de purpurina o en lujosos vehículos, eligiendo las cartas depositadas en el saco de cientos de carteros reales llegados del oriente más cercano, transportando toneladas de ilusión, afianzando una tradición - ¿y tú de quien eres, de Papa Noel o de los señores Reyes?- que es elástica y los rapaces responden que de los dos, de las mañanas europeas del día veinticinco de diciembre y de las madrugadas del día seis de enero, que a esas horas sus majestades dejan los regalos para cuando se escape el sueño de las camas infantiles y el alborozo inunde los hogares. Para los que creemos firmemente en la vigencia de Melchor, Gaspar y Baltasar, para los que sabemos con Cunqueiro que siempre llegan por esa mar de estaño que rompe su oleaje de puntillas en las playas, sabemos que navegan la noche y ese navegar pausado nos agita y nos conmueve como cuando éramos niños, acaso porque la infancia nos da otra oportunidad cuasi senil cuando rememoramos el tiempo transcurrido, los días lejanos en los que vimos a sus majestades cabalgar por el cielo estrellado y llegar a nuestra casa atravesando la lluvia. Yo siempre he imaginado al señor Melchor, el de la luenga barba blanca, como un anciano relojero que con esmero recomponía relojes Roscof, y reparaba autómatas austríacos que tenían estragado su mecanismo. No sé porqué, pero yo siempre lo asocié a ese oficio, como atribuí a Gaspar, al pelirrojo rey de Arabia, las mañas de un lutier afinando en Cremona de Italia, violines, violas y violonchelos. El fusco, como denominaba el seudo Veda en los libros cunqueirianos a don Baltasar, el rey etíope, se me antojaba ser un perfumista inventor de olores que destilaba la rosa pura de Bulgaria, para ofrecerle al Niño un ungüento de aromas Fueron y son mis reyes magos de oriente a los que ya nada les pido. Dejo en esta carta un deseo zahorí y cíngaro que establece que no quiero que me den, sino que me pongan donde haya. Hoy por la mañana es trémula la emoción, las emociones se confunden en un océano de ilusiones nuevas. La infancia es un suspiro que desmiente que los reyes sean los padres, Que la magia de hoy inunde sus corazones.