Que el Gobierno no iba a asumir ninguna culpa después de que miles de personas quedasen atrapadas en la nieve diez, once y hasta 18 horas la madrugada del día 7 no resulta sorprendente. Es el comportamiento al que nos han habituado unos dirigentes que no saben digerir las críticas, que tras 40 años de libertad aún no han entendido que les va en el sueldo que los ciudadanos los vigilen y los critiquen cuando la cosa no va bien.
Responsabilizar a la concesionaria era para Fomento e Interior la defensa más fácil, para algo es la que gestiona la vía. Echar la culpa a los usuarios por usar una autopista abierta es, cuando menos, de mal gusto. Pero que el director de la DGT se regodee en un tuit de haber seguido la crisis desde su casa de Sevilla, «una maravillosa ciudad donde funcionan las lineas telefónicas e Internet» y en la que seguro que no nevó, es un insulto.
No se puede esperar nada mejor de una persona que, si bien es profesor de Derecho Financiero, su gran mérito en política es su amistad con Zoido y haber sido su fiel escudero en Sevilla. Delegado en el ayuntamiento hispalense, además de Empleo y Economía, de Fiestas Mayores, en el año que lleva al frente de la DGT ya acumula varios momentos gloriosos. Prácticamente, Gregorio Serrano se estrenó en el cargo con el escándalo del piso que le estaba arreglando la Guardia Civil para su uso personal. Buena parte del año que lleva en el cargo ha estado marcado por el conflicto con los examinadores, que ha tardado en resolver seis meses. El último episodio, ausentarse ante la crisis de la AP-6 y presumir de gestionarla «con su familia en Sevilla», debería dejarlo con los dos pies fuera de la DGT. Pero seguramente ser amigo del ministro será razón de peso para seguir en la silla. ¿Cuándo veremos en este país políticos valientes, asumiendo el riesgo de rodearse de gestores competentes, con criterio, aunque no siempre sean fáciles de manejar, en lugar de apostar por amigos que les bailen el agua?