Fierabrás, en Génova 13

Fernando Ónega
Fernando Ónega DESDE LA CORTE

OPINIÓN

Zipi | EFE

20 ene 2018 . Actualizado a las 09:07 h.

La última semana de los partidos de dimensión estatal ha sido para que esos partidos y todos los que nos dedicamos a la contemplación política preparemos una pequeña visita al psicólogo. Hoy llevo a la consulta al PP, que para algo es el gobernante. Hace una semana, la hecatombe: dos encuestas lo sometían a la humillación de ser adelantado por Ciudadanos y decían que sus votantes le abandonaban en masa, seducidos por el proyecto de Albert Rivera. Como consecuencia, los periódicos se llenaron de informaciones atribuidas a barones o dirigentes sin nombre que anunciaban una gran catarsis, la madre de todas las catarsis.

Como siempre que llega una crisis, se busca al salvador, y también como siempre había voces que situaban a Núñez Feijoo por la mañana en la sucesión directa de Rajoy, a mediodía en la vicepresidencia y por la noche en cualquier ministerio; el caso es llevar al bombero Feijoo a sofocar el incendio. Las mismas voces anónimas aireaban insalvables dificultades de entendimiento entre Soraya y Cospedal, otro clásico de los melodramas de la derecha. Había operaciones quirúrgicas que devolvían a Zoido a Sevilla con su director general de Tráfico. Y no faltó el periodismo de anticipación, que incluso puso fecha al cambio de gobierno. Para que ustedes estén atentos al teléfono por si les llaman de La Moncloa, será en marzo, cuando despunte la primavera.

Y de pronto todo desapareció como si hubiera sido un mal sueño. Las voces que alentaban la gigantesca catarsis estaban en la junta directiva nacional. Se abrió el turno de preguntas y nadie dijo nada. Nadie pidió responsabilidades por el desastre de Cataluña. Nadie preguntó al presidente cómo pensaba cerrar la sangría de votos. El descontento, el desaliento, la exigencia se habían esfumado. Las deslenguadas gargantas profundas identificadas en las crónicas como «fuentes de la dirección» habían desaparecido. Fue como si un tsunami de autocensura se hubiera abalanzado sobre la junta, o como si Rajoy hubiese efectuado un milagro evangélico: una sola palabra suya («tranquilos») sirvió para curar a anemia del PP.

¿Tiene Rajoy poderes taumatúrgicos? Lo estoy empezando a creer. Esta vez tuvo, desde luego, una fórmula mágica de gran eficacia para hecatombes: si el PP se hunde en las encuestas, si casi desaparece en Cataluña, si huyen sus votantes, don Mariano vierte sobre la asamblea unas gotas de bálsamo de Fierabrás y todo resuelto. ¿Y qué es el bálsamo de Fierabrás? Decir que convoca ¡una convención nacional! No hace falta más. Y funciona, oigan: fue demostrar ese derroche de imaginación y creatividad, y se acabó la crisis. Señor Rajoy: es una fórmula tan ingeniosa y tan barata, que la tiene que patentar.